La Fortaleza amaneció bañada por una neblina espesa que cubría los muros como un velo espectral. Desde las torres más altas, las banderas de La Roja ondeaban con solemnidad, manchando el cielo con su símbolo: la rosa blanca atravesada por un escudo de hierro. Aquel día, la historia de los clanes cambiaría para siempre.
Serena observaba el amanecer desde la terraza del ala este. El aire olía a hierro y lluvia. Bajo ella, el ejército de guardias uniformados se desplegaba como un enjambre. Cada paso, cada formación, cada movimiento, era calculado. Hoy, la Alianza Mundial de las Familias se reuniría bajo su techo.
—Parece que el mundo entero ha decidido venir a postrarse —murmuró Dante, apareciendo detrás de ella, con el traje negro perfectamente abotonado y la mirada alerta.
—No vienen a postrarse, vienen a medir poder —corrigió Serena sin mirarlo—. Quieren ver hasta dónde llega La Roja… hasta dónde llegamos nosotros.
Dante se acercó, posando una mano en su cintura.
—Entonces démosles un