La nieve se derretía sobre los techos de la Fortaleza mientras el sol nacía entre nubes pesadas. La mañana olía a metal, a gasolina y a pólvora recién pulida. No era un día más: era el inicio de la guerra abierta.
Dante se ajustó los guantes de cuero negro mientras observaba el mapa tridimensional desplegado sobre la mesa central. A su alrededor, el consejo completo de La Roja aguardaba sus órdenes. Mikhail estaba de pie a su derecha, Sergey revisaba los códigos de comunicación y Ekaterina, con el cabello recogido y mirada glacial, actualizaba en tiempo real los movimientos enemigos en el sur.
—Salvatore movió su cuartel principal a Sicilia —anunció ella—. Lo protege una división privada financiada por los restos del cartel de Verona y por mercenarios de Odessa. Tenemos confirmación de que Corrado se reunió con él anoche.
Dante asintió sin hablar. Su rostro era un bloque de piedra.
Serena, apoyada en una silla, observaba cada detalle con atención. No debía estar allí; los médicos aún