El amanecer trajo consigo un murmullo extraño en el búnker. Serena apenas había dormido, su mente repasando una y otra vez las palabras de Marco y el peso de lo que significaba reunir a los hombres de su padre. Se levantó temprano, pero Dante ya estaba despierto, apoyado contra la pared, observándola con esos ojos oscuros que parecían leer cada pensamiento escondido.
—Hoy es el día —dijo él, sin apartar la mirada.
Ella asintió, tragando saliva.
—Hoy veremos si realmente hay alguien dispuesto a seguirme.
Dante sonrió con un sarcasmo suave.
—Créeme, princesa, después de lo que hiciste y de cómo los miraste ayer, más de uno estaría dispuesto a seguirte al infierno.
El comentario la sonrojó, aunque lo disimuló con un suspiro. Aun así, esas palabras la llenaban de valor.
El ruido de motores se escuchó poco después del mediodía. El eco reverberó en los túneles y las paredes metálicas, arrancando un sobresalto a Iván, que corrió hacia la entrada. Mikko le siguió con una sonrisa incré