Dante, con la ropa limpia y las heridas vendadas, miró a Serena con una intensidad que le erizó la piel. Ella se había sentado a su lado, esperando la siguiente parte de la historia.
—No puedo contactarlos —dijo Dante, su voz baja y gélida—. Mis dos hombres de confianza, Iván y Mikko, también están retenidos en el mismo almacén donde me traicionaron.
Serena se inclinó hacia atrás, el espacio reducido de la caravana de repente se sintió opresivo. Rodó los ojos con un suspiro dramático. —¿Y qué esperas que haga? ¿Que me ponga un traje de superhéroe y me lance a la acción? No soy una heroína, Dante. Soy una mujer que vive al margen de la sociedad y ahora tiene que lidiar con los problemas de un mafioso. La ironía es deliciosa.
—No espero que seas una heroína —respondió Dante, su voz se suavizó, pero la intensidad en sus ojos no disminuyó—. Espero que seas tú. Eres ingeniosa, eres fuerte y sabes cómo sobrevivir. No eres una luchadora, pero tienes algo que ellos no tienen: el instinto.
Ser