La iglesia estaba en completo silencio, apenas interrumpido por el repiqueteo de los incensarios que colgaban en el aire y el suave crujir de la madera antigua bajo los pasos solemnes del sacerdote. Todos los ojos estaban puestos en la pareja frente al altar: Dante, de pie, con el rostro descubierto y la mirada serena; y Serena, cubierta por un velo rojo profundo que ocultaba sus facciones, como si su identidad misma fuese un secreto guardado hasta el último segundo.
El sacerdote extendió los brazos y, con voz grave y ceremonial, pronunció las palabras que marcarían un antes y un después en la historia de Italia:
—Estamos aquí reunidos para unir en sagrado matrimonio a Dante Moretti y Serena Vitale.
El nombre cayó como un trueno en la bóveda de la catedral. Durante un segundo nadie respiró. El eco del apellido Vitale recorrió los bancos como una chispa eléctrica. Y entonces, el golpe emocional estalló.
Corrado, sentado en la sección reservada para la Cosa Nostra, se levantó de golpe,