Federico me tiene acorralada contra la pared mientras me besa desaforadamente. Paso mis manos por su cuello y lo atraigo más hacia mí, haciendo que él suelte un gruñido de placer. Nos separamos un poco y él me mira con su mirada penetrante.
— Me tienes loco, pequeña — murmura mientras ataca mi cuello, dejando leves marcas. Mientras tanto, yo comienzo a levantar su camisa. Con cuidado, él me tira sobre la cama y empieza a repartir besos por todo mi cuerpo, que está solo cubierto por mi ropa interior. Él acaricia mi cuerpo, haciéndome sentir sensaciones que nunca había experimentado. Con sus manos grandes, comienza a masajear mis senos, arrancándome gemidos.
— Fede... — escucho como una puerta se cierra.
— Fede, amor, ¿estás en casa? — Federico y yo nos miramos asustados y nos separamos de golpe.
— ¿Qué hacemos? — digo mientras me pongo ropa.
— Tranquila, vamos a actuar como si estuviéramos teniendo una conversación de padre a hija.
— ¿En serio? — digo sin poder creerlo, pero es demasiad