Camila bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que Isabela no la quería en la vida de Alejandro, que para ella solo era un estorbo, un error dentro de ese mundo al que no pertenecía.
Isabela avanzó con lentitud, cruzando los brazos mientras la observaba con una mezcla de frialdad y desdén.
—Dime algo, Camila… —su voz era firme, con ese tono autoritario que imponía respeto—. ¿Por qué te entregaste a mi hijo sabiendo que esto es solo un contrato?
Camila tragó saliva y apretó los puños a los costados. No tenía una respuesta clara, solo la confusión de sus propios sentimientos.
—Yo… yo traté de detenerlo —dijo en voz baja—. Él había bebido un poco y… no pude…
—Mírame a la cara cuando hables —ordenó Isabela con dureza.
Camila levantó lentamente la vista y encontró aquellos ojos fríos, que parecían atravesarla con un juicio implacable.
—Eres una niña tonta —continuó Isabela, inclinándose levemente hacia ella—. Se te ve a leguas que te enamoraste de mi hijo.
Camila sintió que