El cielo de la mañana se había teñido de un gris suave, como si la brisa supiera que ese no era un día cualquiera. Mientras Alejandro e Irma cruzaban la gran puerta principal de la mansión Ferrer, fueron recibidos por cuatro figuras que aguardaban en silencio bajo el porche: los padres de Alejandro, Isabel y Carlos, junto a Óscar y Emma, los padres de Andrés.
Todos estaban allí para despedirlos.
Irma se detuvo unos pasos antes de llegar a ellos. Aunque trataba de mantener la serenidad en el rostro, por dentro sentía una punzada de nostalgia. Había pasado tantas cosas en esa casa, y aunque su relación con muchos de los presentes era reciente, comenzaba a sentir una especie de hogar en ese lugar. Uno diferente. Uno que dolía dejar atrás.
Isabel fue la primera en acercarse. Sus pasos eran elegantes, y aunque su expresión solía ser sobria, en ese momento había dulzura en sus ojos.
—Irma —dijo con voz serena—. Confía en ti. Todo va a salir bien.
Le dio un abrazo cálido, más largo de lo hab