La noche seguía envolviendo la casa en un manto de calma y misterio. Afuera, el viento susurraba entre los árboles, y la luna bañaba todo con su luz plateada. Dentro de ese pequeño cuarto, Alejandro e Irma compartían un silencio que no era incómodo, sino cargado de sentimientos profundos.
Alejandro acariciaba lentamente el cabello de Irma, quien descansaba sobre su pecho, con los ojos cerrados y la respiración acompañada. Se sintió extraño, diferente. Había compartido su cuerpo antes, pero esta vez… esta vez era como si algo más se hubiera unido entre ellos.
Pasó su mano una vez más por la suave cabellera de Irma, respirando su aroma, hasta que, sin poder contenerse, rompió el silencio.
—Irma —murmuró, su voz ronca y suave a la vez—, ¿puedo hacerte una pregunta?
Ella levantó la vista, sonriéndole con ternura.
—Claro que sí —respondió—. Todas las preguntas que tú quieras.
Alejandro tragó saliva, buscando las palabras correctas.
—Cuando me dijiste que sabías lo que era perder a la perso