La sala de aquella casa acogedora estaba bañada por la luz tenue de las lámparas, y el suave crepitar de la chimenea llenaba el ambiente de un calor reconfortante. Alejandro e Irma estaban sentados en el amplio sofá de terciopelo azul, muy cerca uno del otro, compartiendo risas y recuerdos.
Irma, con el rostro iluminado por una sonrisa auténtica, sostenía su teléfono móvil mientras le mostraba a Alejandro algunas fotografías antiguas.
—Mira, esta soy yo cuando era pequeña —dijo, señalando una imagen en la pantalla donde aparecía una niña risueña con trenzas y mejillas sonrojadas.
Alejandro no pudo evitar reírse.
—Eras adorable —comentó, acercándose más para ver mejor.
Irma rió y siguió deslizando las imágenes.
—Estos son mis padres —dijo, mostrándole a una pareja que sonreía con ternura—. Y este es mi hermano, cuando cumplió cinco años.
Alejandro observaba cada foto con interés genuino. Ver esa parte tan íntima de la vida de Irma lo hacía sentir más cerca de ella de una manera que no