La noche seguía envolviendo la casa en un silencio cálido y reconfortante. Afuera, la brisa movía las copas de los árboles, y el murmullo del viento parecía una canción lejana. Dentro, las luces suaves creaban un ambiente acogedor, casi mágico.
Sandra y Andrés, tomados de la mano, subieron las escaleras sonriendo tímidamente. El contacto de sus dedos entrelazados les provocaba pequeñas descargas eléctricas, como si ese simple gesto los conectara de nuevo con algo que habían perdido hace tiempo.
Andrés, con una mirada traviesa, la guió por el pasillo hasta llegar frente a una puerta de madera blanca. Abró la puerta con delicadeza e hizo una leve reverencia con un ademán teatral.
—Adelante, señora de Ferrer —dijo en tono juguetón.
Sandra sonriendo y entró, observando con curiosidad el interior. Era un cuarto luminoso y sereno, decorado en tonos pastel. Un gran retrato de Camila sonriendo colgaba sobre la cabecera de la cama. Había pequeños detalles femeninos por todas partes: una manta