Donde habitan los recuerdos
La música del club seguía vibrando en el aire cuando Alejandro e Irma salieron entre risas y miradas cómplices. La noche había sido un respiro para todos, pero había algo en el ambiente entre ellos que aún flotaba, algo que ninguno de los dos quería romper.
Al alejarse del bullicio, camine hacia el auto de Alejandro. Irma, sonriente, lo miraba de reojo mientras trataba de ocultar la emoción que le llenaba el pecho.
—Eres una mujer muy traviesa, Irma —dijo Alejandro en tono juguetón mientras le abría la puerta del coche.
—Ah, ¿sí? —replicó ella, subiendo con elegancia—. Pero también soy una mujer encantadora —agregó, regalándole una sonrisa traviesa.
Ambos se quedaron mirándose por un segundo más largo de lo normal. Un instante suspendido en el tiempo. Alejandro dejó escapar una pequeña risa nasal antes de cerrar la puerta y rodear el auto para subir al asiento del conductor.
Puso el motor en marcha, y las luces del auto cortaron la oscuridad de la noche. Mi