Adrien cerró la puerta del dormitorio con sumo cuidado, asegurándose de no hacer el menor ruido. Permaneció un instante en el pasillo, sus ojos clavados en la madera blanca de la puerta, como si a través de ella pudiera seguir vigilando el sueño inquieto de Camila.Sus manos estaban tensas, casi crujientes.Inspirado profundamente, enderezando los hombros, y caminó decidido por el amplio corredor hasta llegar a su despacho. Una estancia sobria, de muebles de madera oscura, cortinas pesadas que bloqueaban la luz del exterior y una gran biblioteca que daba al ambiente un aire de solemnidad.Adrien cerró la puerta detrás de sí y caminó hacia el escritorio. Con un suspiro cansado, sacó su teléfono móvil del bolsillo. Por un momento, lo sostuvo entre sus manos, dudando. Sus dedos tamborileaban sobre la carcasa, en un gesto de ansiedad contenido.Finalmente, buscó el número en su lista de contactos y pulsó "Llamar" .El tono de llamada sonó varias veces. Adrián miró por la ventana; La noche
Una noche diferenteEl auto de Andrés se estacionó junto a la acera, justo frente a un edificio de fachada discreta pero moderna, iluminado con luces de tonos azulados y neón suave. Alejandro e Irma descendieron primero. Irma, radiante en un vestido ligero de color lavanda, sonando cuando Alejandro, en un gesto caballeroso, le ofreció su brazo.—¿Me permites? —dijo él, con una media sonrisa.Irma, sorprendida pero feliz, aceptó de inmediato, entrelazando su brazo con el de él. Sentir su proximidad hizo que su corazón latiera con fuerza descontrolada. Era un pequeño gesto, pero para ella significaba el mundo .Andrés bajó de su auto y los alcanzó en la acera. Observó la fachada del club con cierta curiosidad.—Nunca había venido a este lugar —comentó, mientras se acercaban a la entrada.Irma emocionando, disfrutando del momento, y se adelantó un poco para explicar:—Este club es especial —dijo con entusiasmo—. Es un sitio inclusivo. Aquí vienen personas de todo tipo: heterosexuales, ga
Confesiones en la pistaIrma parpadeó, sorprendida, y volvió su rostro hacia él. Sus miradas se encontraron, tan cerca que podía ver la intensidad de esos ojos oscuros, el brillo que aún conservaban a pesar de las cicatrices emocionales.Por un segundo, el mundo pareció detenerse. La música, las voces, todo se volvió un murmullo lejano.Irma sintió que podía perderse en esa mirada.No muy lejos, Andrés los observaba. Al ver la cercanía de ambos, sonrió para sí mismo. No dijo nada, no hizo ningún comentario. Simplemente bebió de su copa, satisfecho de ver que, quizá, su primo estaba empezando a abrir su corazón de nuevo.Irma, aún temblando ligeramente, sonrió y respondió en voz baja:—Quiero encontrar a Sandra. —Hizo una pausa y agregó con una chispa de picardía—. ¿Me ayudarías?Alejandro soltó una pequeña risa, una de esas carcajadas sinceras que no se escuchaban de él desde hacía tiempo.—¿Así que todo esto era una misión secreta? —preguntó, divertido.—Más o menos —dijo Irma, encog
Donde habitan los recuerdosLa música del club seguía vibrando en el aire cuando Alejandro e Irma salieron entre risas y miradas cómplices. La noche había sido un respiro para todos, pero había algo en el ambiente entre ellos que aún flotaba, algo que ninguno de los dos quería romper.Al alejarse del bullicio, camine hacia el auto de Alejandro. Irma, sonriente, lo miraba de reojo mientras trataba de ocultar la emoción que le llenaba el pecho.—Eres una mujer muy traviesa, Irma —dijo Alejandro en tono juguetón mientras le abría la puerta del coche.—Ah, ¿sí? —replicó ella, subiendo con elegancia—. Pero también soy una mujer encantadora —agregó, regalándole una sonrisa traviesa.Ambos se quedaron mirándose por un segundo más largo de lo normal. Un instante suspendido en el tiempo. Alejandro dejó escapar una pequeña risa nasal antes de cerrar la puerta y rodear el auto para subir al asiento del conductor.Puso el motor en marcha, y las luces del auto cortaron la oscuridad de la noche. Mi
La noche seguía envolviendo la casa en un silencio cálido y reconfortante. Afuera, la brisa movía las copas de los árboles, y el murmullo del viento parecía una canción lejana. Dentro, las luces suaves creaban un ambiente acogedor, casi mágico.Sandra y Andrés, tomados de la mano, subieron las escaleras sonriendo tímidamente. El contacto de sus dedos entrelazados les provocaba pequeñas descargas eléctricas, como si ese simple gesto los conectara de nuevo con algo que habían perdido hace tiempo.Andrés, con una mirada traviesa, la guió por el pasillo hasta llegar frente a una puerta de madera blanca. Abró la puerta con delicadeza e hizo una leve reverencia con un ademán teatral.—Adelante, señora de Ferrer —dijo en tono juguetón.Sandra sonriendo y entró, observando con curiosidad el interior. Era un cuarto luminoso y sereno, decorado en tonos pastel. Un gran retrato de Camila sonriendo colgaba sobre la cabecera de la cama. Había pequeños detalles femeninos por todas partes: una manta
La sala de aquella casa acogedora estaba bañada por la luz tenue de las lámparas, y el suave crepitar de la chimenea llenaba el ambiente de un calor reconfortante. Alejandro e Irma estaban sentados en el amplio sofá de terciopelo azul, muy cerca uno del otro, compartiendo risas y recuerdos.Irma, con el rostro iluminado por una sonrisa auténtica, sostenía su teléfono móvil mientras le mostraba a Alejandro algunas fotografías antiguas.—Mira, esta soy yo cuando era pequeña —dijo, señalando una imagen en la pantalla donde aparecía una niña risueña con trenzas y mejillas sonrojadas.Alejandro no pudo evitar reírse.—Eras adorable —comentó, acercándose más para ver mejor.Irma rió y siguió deslizando las imágenes.—Estos son mis padres —dijo, mostrándole a una pareja que sonreía con ternura—. Y este es mi hermano, cuando cumplió cinco años.Alejandro observaba cada foto con interés genuino. Ver esa parte tan íntima de la vida de Irma lo hacía sentir más cerca de ella de una manera que no
La noche seguía envolviendo la casa en un manto de calma y misterio. Afuera, el viento susurraba entre los árboles, y la luna bañaba todo con su luz plateada. Dentro de ese pequeño cuarto, Alejandro e Irma compartían un silencio que no era incómodo, sino cargado de sentimientos profundos.Alejandro acariciaba lentamente el cabello de Irma, quien descansaba sobre su pecho, con los ojos cerrados y la respiración acompañada. Se sintió extraño, diferente. Había compartido su cuerpo antes, pero esta vez… esta vez era como si algo más se hubiera unido entre ellos.Pasó su mano una vez más por la suave cabellera de Irma, respirando su aroma, hasta que, sin poder contenerse, rompió el silencio.—Irma —murmuró, su voz ronca y suave a la vez—, ¿puedo hacerte una pregunta?Ella levantó la vista, sonriéndole con ternura.—Claro que sí —respondió—. Todas las preguntas que tú quieras.Alejandro tragó saliva, buscando las palabras correctas.—Cuando me dijiste que sabías lo que era perder a la perso
La mañana amaneció tibia, con un sol suave que se filtraba a través de las grandes ventanas del comedor. El aroma del café recién hecho flotaba en el aire, mezclado con el dulce olor a pan tostado y frutas frescas.Camila estaba sentada en una de las sillas de madera tallada, vestida con un sencillo vestido blanco que resaltaba su pureza y fragilidad. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su rostro, aún con un halo de melancolía, se iluminaba tenuemente mientras hojeaba una revista de jardinería. Frente a ella, Adrien la observaba en silencio, sosteniendo una taza de café entre sus manos.No podía evitar mirarla con adoración. Para él, verla allí, viva y respirando, era un regalo que el destino le había permitido conservar a la fuerza de sacrificios que nadie más conocía.En un momento, dejó su taza a un lado y le tomó la mano con suavidad. Camila, al sentir el contacto, levantó la mirada y le dedicó una sonrisa dulce, aunque en sus ojos se escondía un brillo de tristez