Uno de sus hombres se acercó y le abrió la puerta del auto blindado que lo esperaba a unos metros. Adrien entró sin decir palabra, y el chofer arrancó el vehículo con suavidad, como si cada movimiento estuviera cuidadosamente ensayado.
En cuanto se acomodó en el asiento trasero, Adrien sacó su teléfono. Pulse el número que tenía en marcación rápida.
—¿Aló? —La voz grave de su padre respondió casi al instante.
—Papá, soy yo. —Ya voy saliendo de la casa de Camila —dijo Adrien, su tono relajado pero alerta.
— ¿Cómo fue todo? ¿Sospechan algo?
—No, todo está bien, nadie sospecha nada. Alejandro me observó de una forma extraña, como si quisiera detenerme, pero se contuvo. No era el momento ni el lugar. —Hizo una pausa breve—. ¿Cómo está Camila?
El silencio del otro lado duró unos segundos que parecieron eternos.
—Sigue estable, hijo —respondió finalmente su padre—. Según el doctor, está respondiendo al medicamento. Su temperatura se estabilizó un poco esta madrugada; Eso es buena señal.
Adr