El aire estaba cargado de silencio. El murmullo de los asistentes al velorio de Camila apenas se escuchaba, como si la misma muerte impusiera respeto sobre cada conversación, sobre cada gesto. Dentro de la pequeña casa, las velas parpadeaban suavemente con el viento que se colaba por las rendijas de las ventanas abiertas. El aroma de las flores frescas comenzaba a mezclarse con el incienso, creando una atmósfera casi irreal, suspendida entre el dolor y la incertidumbre.
Afuera, el cielo estaba nublado. Las nubes grises cubrían el sol por completo, como si la naturaleza misma estuviera de luto. De pronto, un auto negro de lujo se detuvo frente al lugar. Era un vehículo diferente, elegante, intimidante. Las puertas traseras se abrieron y de él descendió un hombre de traje oscuro, perfectamente entallado, de porte imponente, rostro afilado y mirada helada como una daga.
Adrien Garcia había llegado.
Su sola presencia alteró la energía del lugar. No necesitó hablar para que todos notaran q