Vínculos de sangre
Vínculos de sangre
Por: ARGrimán
Nubes y lluvia

Nyra detestaba los días nublados, pero el cielo estaba decidido a humillarla: un huracán en formación, una semana antes de la luna llena. En Eclipria, la ciudad no se detenía: hogueras, hechizos y la promesa de prosperidad que empujaban a la gente a salir a la calle. Nyra, desde la ventana de su habitación, observaba las nubes oscuras mientras Bruma, su perro, se acercaba y rozaba su pierna. Lo alzó, le dio un suave masaje en la coronilla y volvió a mirar la tormenta que amenazaba con tragarse el verano.

El cambio climático era el tema del momento, pero nadie sabía con certeza qué significaba. Pronto serían las festividades de Xim, su celebración favorita, que prometía lluvia a raudales bajo un cielo gris. Nyra sentía una fascinación inexplicable por esa fiesta; estaba más ilusionada que por su propio cumpleaños: faltaban dos días para cumplir veintitrés años. Un escalofrío le recorrió la espalda y se abrazó, buscando calor en su propia piel.

Antes de acostarse, frente al tocador, Nyra acarició su reflejo. Apartó a Bruma, que mordía un peluche y se vistió con un pijama. Su piel bronceada mostraba un cuerpo esbelto, pero lo realmente cautivador era su rostro: melena azabache, cejas arqueadas, ojos azul grisáceo con pestañas densas, pómulos rosados, nariz fina y labios gruesos. Sonrió recordando el elogio de Amy: “el hoyuelo en la barbilla anuncia belleza y armonía”. Nyra no estaba segura de que fuera cierto, pero la idea le gustaba.

Pensó en su madre. ¿Habría heredado esa marca de Elena? No sabía. Nunca la había conocido. Debía ser hermosa, porque Cyrus, su padre, no se parecía a ella y siempre estaba de mal humor. Nyra intuía que debía parecerse a su madre, pero sin fotos ni recuerdos, esa intuición era lo único que le quedaba.

El vacío dejado por Elena pesaba. Cyrus le había contado que Elena murió al dar a luz. La hemorragia, una frase sin tacto para una niña de cinco años, dejó a Nyra perpleja y culpable. Su padre, le recordaba a cada segundo. —Tú la mataste. Tú fuiste la culpable— y Nyra lo creía.

Después de Elena, Cyrus destruyó cualquier foto o video. Ni la memoria de la madre parecía importar. Nyra quería mil recuerdos de la mujer que le dio la vida, pero él se los había arrancado, junto con el cariño y la sensación de familia.

Trabajaba en la empresa familiar, en la distribución de sustancias y equipos médicos; él creaba lo nuevo, ella lo comercializaba: un dúo perfecto para el negocio, pero en casa apenas se dirigían la palabra. Sus verdaderos apoyos eran Amy y Diego, amigos de la universidad, que eran como sus hermanos.

También estaba Jacob, su médico, que desde hacía cinco años, tras la muerte del señor Francesc, controlaba su diabetes. Venía cada noche a medirle la glucosa y darle insulina. Nyra odiaba las agujas, así que su cercanía con Jacob se convirtió en una amistad sólida; una relación que, a veces, parecía más íntima de lo necesario.

Tomó el móvil al ver la llamada de Amy.

—Hello —dijo la voz detrás de la línea.

—Hola, amiga —Nyra se acomodó y escuchó.

—Diego y yo decidimos que no te quedarás sola este verano cuando vayas a Limber.

—No soy fiestera —respondió.

—Puede que no lo hagas a propósito, pero si nos acompañas, lo harás.

—¿De verdad se quedarán conmigo durante el viaje? —preguntó Nyra, sorprendida.

—¿Qué crees? Alguien tiene que ayudarte a salir de tantos libros —dijo Amy, riendo.

—Te quiero, Amy —rió Nyra.

—Yo a ti. ¿Ya está el Dr. Sexy por ahí?

—Aún es temprano.

—Dale mi teléfono, por Dios —bromeó Amy.

—Eres incorregible —dijo Nyra, riendo.

—Ya voy a aparcar; te llamo mañana. Besitos.

Colocó el teléfono en la cama y recogió su cabello en un moño. Una gran noticia: sus dos mejores amigos pasarían unos días con ella en Limber. Miró el reloj. El Dr. Sexy, como decía Amy, estaba por llegar.

Toc toc resonó en la puerta. Un hombre de unos treinta, más alto que Nyra, rubio, ojos oscuros y una sonrisa suave, esperaba para entrar.

—Buenas noches, Nyra —dijo, amable.

—Hola, Jacob —respondió. —Adelante.

—Hoy llegaste temprano —comprobó con una sonrisa.

—Sí —dijo, dejando la maleta negra sobre la mesa. —Hoy me adelanté al tráfico.

Nyra se sentó en la cama y le ofreció el brazo. Era un ritual nocturno, automático.

—¿Cómo te has encontrado hoy? —preguntó, sacando de la maleta un medidor de tensión.

—Como siempre. Perfectamente.

—¿No has sentido mareos, sudores fríos u hormigueos?

—Nada —negó, unos mechones azabaches se deslizaron por sus sienes.

Jacob apartó el cabello de su rostro y carraspeó, cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Intentó volver a concentrarse.

—Eso está bien —dijo con voz ronca.

Nyra levantó una ceja. No era tonta. Sabía lo que provocaba en los hombres, y Jacob, por más diplomático que fuera, no era inmune. Tampoco buscaba llamar su atención. Pero sabía que lo hacía.

—Siempre ha sido así —dijo, intentando tranquilizarlo. —Gracias a ti, tengo mi enfermedad controlada. Dieta, ejercicio y cada noche las inyecciones que me das. ¿Qué más puedo pedir?

—Es una enfermedad caprichosa.

—Pero no conmigo, gracias a mi obsesión por tus normas. —Le miró a los ojos y guardó silencio. Nyra desvió la mirada, incómoda. Él notó la distracción y tomó la maleta para sacar una ampolla y una jeringuilla. La pinchó y Nyra soltó una pequeña queja de dolor.

—Hoy duele —susurró.

—No ha sido nada —sonrió, relajó y guardó la jeringa.

—¿Lo de siempre? —preguntó Nyra camino a la nevera.

—Sí, por favor —Nyra tomó una cerveza para él y agua para ella. Se sentaron en el comedor.

—En dos días es tu cumpleaños, ¿no?

—Sí, lo celebraré en la verbena de Xim.

—Recuerda que no puedes emborracharte —advirtió, tomando un sorbo de su cerveza.

—No necesito beber para divertirme.

—Tu padre te ha puesto a mi cuidado.

—Eres mi doctor, no mi niñera, Jacob.

—Soy tu doctor y debes obedecer. Tu salud y mi vida corren peligro si haces locuras. Tu padre es...

—Mi padre —interrumpió— puede guardarse sus recomendaciones donde quepan.

¿Amenazas? pensó Jacob. Cyrus no amenaza; actúa directo.

— ¿Tu padre se preocupa por ti, no?

—No seas cínico —se rió.— Confieso que no entiendo la obsesión por mi integridad física, pero yo, como persona, nunca le he importado —añadió dolida— Pero en unas semanas voy a arreglar mi situación —Jacob se tensó y la miró a los ojos.

—¿Qué quieres decir?

—Me marcho de Eclipria

—¿Cómo? ¿Por qué?

—El director de la facultad me ofreció un proyecto en Limber. Un proyecto nuevo y ambicioso —Jacob ensombreció la mirada y apretó la mandíbula.

—¿Cyrus lo sabe?

—No, no lo sabe —miró al frente con seriedad.

— No puedes mantenerlo en secreto —la miró con severidad— Es tu padre.

—Sabes lo que pasaría si se lo dijera

—Mira, ya sabes que no estoy de acuerdo con cómo te trata. Pero aun así...

—Ya lo tengo decidido. El billete de avión está comprado, me iré la próxima semana

—Deberías decírselo —recomendó, levantándose y recogiendo el maletín.— Soy tu médico aquí, pero ¿quién te controlará allí?

—Allá también hay médicos —Nyra se levantó y le señaló con el dedo.— Si le dices algo, dejaré de hablarte.

Nyra lo miraba seria, esta vez la advertencia iba muy en serio. Ambos permanecieron en silencio, Jacob estaba tenso hasta que un ruido repentino fuera de la ventana interrumpió la conversación y sus pensamientos. Ambos se volvieron, sorprendidos.

—¿Qué fue eso? —preguntó Nyra, acercándose a la ventana.

—Quizás solo fue un gato —dijo Jacob, nervioso, excusándose y pidiéndole a Nyra que lo olvidara. Ella abrió la ventana y dio un vistazo rápido, no logró ver nada, así que la cerró y regresó con Jacob.

Sin que Nyra lo supiera, unos ojos verdes oscuros como la observaban desde fuera. Un ser que ella solo podría imaginar que existían en los cuentos de terror, había llegado sin anunciarse, esperando en silencio y cauteloso, como lo hacía un gato cazando a su presa. Aunque no lo dijera, Nyra sentía una presión en su pecho. El peligro no tenía rostro; tenía presencia y estaba allí, acechando, esperando el momento justo para avanzar.

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