Nyra detestaba los días nublados, pero el cielo estaba decidido a humillarla: un huracán en formación, una semana antes de la luna llena. En Eclipria, la ciudad no se detenía: hogueras, hechizos y la promesa de prosperidad que empujaban a la gente a salir a la calle. Nyra, desde la ventana de su habitación, observaba las nubes oscuras mientras Bruma, su perro, se acercaba y rozaba su pierna. Lo alzó, le dio un suave masaje en la coronilla y volvió a mirar la tormenta que amenazaba con tragarse el verano.El cambio climático era el tema del momento, pero nadie sabía con certeza qué significaba. Pronto serían las festividades de Xim, su celebración favorita, que prometía lluvia a raudales bajo un cielo gris. Nyra sentía una fascinación inexplicable por esa fiesta; estaba más ilusionada que por su propio cumpleaños: faltaban dos días para cumplir veintitrés años. Un escalofrío le recorrió la espalda y se abrazó, buscando calor en su propia piel.Antes de acostarse, frente al tocador, Nyr
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