Capítulo XXIX
Greta
Escucho el celular vibrar. Veo el nombre, contesto con la sonrisa aún en los labios; en cuanto la voz al otro lado empieza a hablar, la sonrisa se me quita de golpe y aprieto el teléfono con fuerza.
—¿Cómo que escapó? —escupo, la ira contenida como una cuchilla—. Son unos inútiles.
Hay titubeos, explicaciones torpes que me resbalan. No me interesan excusas. Cuelgo, bajo las escaleras y camino hacia la cocina; la rabia hierve en mí. No puede ser que se les haya escapado tan fácil; son una banda de ineptos.
Tomo mi bolso y las llaves sin mirar atrás. Subo al coche y cierro la puerta con un golpe seco; el regreso será breve. Enciendo el motor y, mientras salgo de la entrada, marco a Gustavo. No espero saludo.
—Gustavo —digo en cuanto contesta—. Hubo un problema. Te necesito ahora mismo.
—¿Qué pasó?
—Clarissa se escapó de la casa —le suelto, seco. Hay un silencio cargado al otro lado, luego lo oigo mascullar, los dientes apretados.
—Si esa escuincla aparece y cuenta lo