La caja era pequeña. De un rojo vino intenso, casi burdeos, con una textura suave al tacto y un lazo delgado que parecía haber sido atado con esmero. Céline la sostuvo unos segundos antes de abrirla, como si presintiera que el gesto tendría más peso que el objeto mismo.
Dentro, sobre un forro negro de terciopelo, descansaba un dije de plata en forma de brújula. Fino, delicado, de líneas limpias. Los puntos cardinales estaban apenas grabados, como si no importara señalar un rumbo exacto, sino apenas recordar que alguno existía.
Colgaba de una cadena igualmente sobria. Ni ostentosa, ni casual.
Una elección perfectamente calculada.
Céline lo tomó entre los dedos. El metal estaba tibio aún. Sintió su peso leve, pero suficiente como para que el corazón reaccionara con un vuelco silencioso.
—¿Una brújula? —murmuró, sin levantar la mirada.
Kilian asintió con una suavidad que casi parecía coreografiada.
—Porque yo fui quien se perdió. Y estoy buscando el camino de regreso.
Ella lo miró.bLenta