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Elian sostenía el timón con ambas manos, fingiendo que era él quien guiaba el velero por el lago. El viento le golpeaba la cara y le revolvía el cabello, pero no le importaba. Yvania reía detrás, con los brazos abiertos como si pudiera volar. Y papá... papá lo miraba con una sonrisa amplia que hacía mucho no le veía.
—Muy bien, capitán —dijo Kilian, apoyando una mano en su hombro—. Así se navega.
Elian sintió que algo se acomodaba dentro de él. Una parte que había estado rota desde hacía meses. Desde que papá desapareció. Desde que mamá empezó a llorar en silencio. Desde que todo se volvió raro.
Pero ahora… parecía que todo iba volviendo a su lugar. O casi.
Porque aunque papá sonreía, había algo en su mirada que no terminaba de encajar. No era tristeza. No era miedo. Era otra cosa. Como si, por dentro, aún estuviera lejos.
—¿Te duele algo? —le preguntó Elian de pronto.
Kilian lo miró, sorprendido.
—¿A mí? No, ¿por qué?
Elian se encogió de hombros.
—Es que a veces te ves