Kilian se levantó temprano. El cielo aún estaba azul oscuro cuando salió de casa en silencio, sin despertar a nadie. Céline dormía profundamente, y los niños aún estaban enredados entre mantas.
No había visto a Alina en días. Entre las reuniones, la cercanía de Céline y la atención constante que exigían Elian y Yvania, no había espacio para escapar sin levantar sospechas. Le gustaba estar con ellos, sí. A veces, incluso se sentía como antes. Pero también lo asfixiaba.
Y esa mañana necesitaba aire. Necesitaba verla.
Condujo hasta el edificio donde ella vivía, un departamento discreto pero elegante cerca del centro. No quiso arriesgarse con el consultorio esta vez. Quería verla fuera de los protocolos, lejos del perfume a lavanda y los sillones de terapia.
Alina lo recibió en bata de lino blanco y una taza de café en mano, sorprendida pero preparada.
—Creí que ya no venías —dijo, con una mezcla de reproche y deseo—. Pensé que habías olvidado lo que estamos construyendo.
Kilian no