Kilian la estaba esperando junto a la escalera de mármol, revisando su telécsfono con gesto distraído, cuando la vio bajar.
Y se quedó sin aire.
Céline descendía con la elegancia silenciosa que solo ella tenía, vestida con un ceñido vestido azul marino que resaltaba el tono marfil de su piel. El escote en la espalda dejaba al descubierto la línea suave de sus omóplatos, y el corte lateral del vestido revelaba, con cada paso, el movimiento hipnótico de sus piernas.
Kilian tragó saliva. Sintió su erección despertar con una rapidez tan violenta como inoportuna. El cuerpo le respondió antes que la mente, y por un instante olvidó todo. El plan. La cuenta regresiva. La mentira.
Ella lo notó. Por supuesto que lo notó.
Se acercó con una media sonrisa y, al pasar junto a él, le susurró con un leve toque en su entrepierna:
—Tranquilo, muchacho… más tarde.
Y siguió caminando hacia la puerta con la seguridad de quien sabe que lo tiene todo bajo control.
Kilian cerró los ojos un segundo. Se obligó