La luz de la tarde entraba con suavidad por los ventanales del penthouse. Céline estaba sentada en el sofá, con la laptop sobre las piernas y el cabello recogido en una trenza suelta que ya había rehecho dos veces. Frente a ella, una copa de vino a medio terminar reflejaba los tonos cálidos del atardecer.
En la pantalla, múltiples pestañas abiertas: escapadas para dos, estancias románticas en islas privadas, hoteles en el Mediterráneo, retiros de desconexión total.
Todas tenían algo en común: hablaban de parejas.
Suspiró.
Le costaba admitirlo, pero estaba buscando una salida emocional. Un salvavidas. Una forma de salvar lo que aún pudiera rescatar. No sabía si quedaba amor del otro lado… pero del suyo sí. Tal vez marchito. Tal vez herido. Pero vivo.
—Una última vez. Solo una más —murmuró para sí, con los dedos sobre el touchpad.
Abrió una nueva pestaña. Destino: Madeira. Acantilados imponentes, caminos de laurisilva, un hotel con spa frente al océano. Casi podía imaginarlo