Aunque Pavel, Alexei, Roman, Leon y Sergei insistan en negarlo, con la voz templada y las miradas suaves como si pudieran envolverme en una mentira hecha de deseo, yo sé y lo sé con esa certeza instintiva que se instala en los huesos, que están usando el sexo como un refugio desesperado, como una válvula de escape para algo que los inquieta, los carcome por dentro y que ninguno ha querido poner en palabras. Y es que por más que sus cuerpos me busquen con hambre, por más que sus caricias parezcan devoción, hay una tensión subyacente, un silencio no dicho que pesa más que sus abrazos. ¿Será acaso que el ritual no funcionó como ellos me aseguraron, con esa vehemencia casi fanática que usan cuando quieren que yo crea algo? ¿Será que quedó inconcluso, que algo faltó, que hubo un error en el momento? ¿O será, simplemente, que no estamos predestinados como me hicieron creer, como juraron con los ojos ardiendo y el corazón en las manos?
No tengo respuestas. Solo tengo náuseas.
Toda la maldita