Pavel había dicho que solo nos quedaríamos una noche en el hotel, lo suficiente para consumar el vínculo mientras instalaban el sistema de cámaras que Alexei había ordenado para el penthouse. Pero terminamos quedándonos cuatro días completos con sus noches, a pesar de que nuestro hogar ya estaba listo.
La razón era simple: apenas salíamos de la habitación. Natalia nos tenía atrapados, embriagados por la intensidad de su luz, por la forma en que su cuerpo respondía al nuestro con absoluta entrega. Era una mujer tan complaciente, tan sumisa a nuestro toque, que casi no le habíamos dado oportunidad de levantarse de la cama. Y nosotros, consumidos por un deseo inagotable, nos perdíamos en ella una y otra vez, explorándola en múltiples formas, a solas o en grupo, sin poder saciarnos de su cuerpo ni de la conexión que nos ataba a ella. Nos pertenecía, le pertenecíamos y no teníamos la intención de que las cosas cambiaran.
No había duda de que no tardaríamos en embarazarla. La sola idea de