Capítulo 66. El Muro de la Mentira
En el apartamento de Ramiro, los días se hilaban lentamente, teñidos de cuentos y la preocupación silenciosa de Elvira, quien mantenía la risa de Lía como un escudo contra el silencio de la ausencia. Pero incluso la risa más cristalina no podía disipar la densa capa de angustia.
Todas las mañanas, antes de que el sol invadiera la sala, Elvira se arrodillaba junto a la cama que ocupaba en la habitación que Ramiro les había dispuesto a ambas, con un pequeño rosario de madera entre sus dedos. Sus oraciones eran susurros fervientes, una petición diaria a cualquier fuerza superior para que devolviera a Aura de su profundo letargo.
Lía, con la sabiduría intuitiva de sus pocos años, no era tonta. Esa tarde, mientras Elvira terminaba de leerle una epopeya sobre dragones, la niña cerró el libro con un golpe seco.
—Abuela Elvira—dijo Lía, su voz pequeña pero firme, sin rastro de su habitual alegría—. ¿Cuándo vuelve Mami?
Elvira sintió el habitual nudo en el pecho, pero sonrió con la calidez for