Capítulo 39. El visitante inesperado.
Ese instante de estupefacción colectiva fue la única oportunidad de Aura.
Mientras los periodistas giraban, no hacia ella, sino hacia el nuevo centro de gravedad, Aura se movió. No corrió de manera desordenada, sino que se deslizó, adoptando la misma agilidad de fugitiva que había sentido minutos antes. Se pegó a la pared, usando el tumulto de reporteros impactados como una distracción.
Sus pies encontraron un ritmo desesperado y silencioso. Sus movimientos fueron puros reflejos: una inclinación para evitar un micrófono caído, un empujón calculado a un trípode abandonado. La nube de flashes, antes dirigida a su rostro, ahora iluminaba la escena de la agresión. El horror y la necesidad de capturar el rostro desfigurado del tenista eran un imán tan poderoso que la liberaron. Nadie la miró. Nadie notó a la fisioterapeuta acorralada que se escurría.
Corría con el pecho ardiendo, sintiendo que si paraba, la mano helada de la infamia la atraparía.
Vio un taxi amarillo que acababa de dejar u