Capítulo 80. Juramento de ceniza
Alessia
La noche afuera empuja frío contra las ventanas, pero aquí dentro hay una temperatura que no pertenece al tiempo. Me quito los zapatos despacio y me siento al borde de la cama; el corsé todavía deja su marca en la piel, recuerdo vivo de lo que traje y de lo que casi me quita.
La luz de la lámpara dibuja sombras cortas; la funda del vestido cuelga en la silla como una promesa que respira.
—¿Sigues pensándolo? —pregunto, con la voz baja, medida.
—Siempre —contesta él—. Y lo pienso contigo dentro, no fuera.
La frase cae como un ancla. Paso la mano por su mejilla y siento la barba áspera que conoce mi mano; su respiración se vuelve un metrónomo que ordena el latido de mi propio pecho. Le atraigo la mirada y no busco grandilocuencia, busco certeza.
Lo miro y sé que la guerra nos puede arrancar todo, pero conmigo todavía queda esto: su mirada, su olor, la forma en que respira cuando no está enfadado.
—Hagamos un pacto —digo, y pronuncio las palabras como quien clausura puertas—. «Si