Capítulo 24. El mar en llamas
Salvatore
El salón del Palazzo Ferretti está vestido de oro y cristal, pero cuando entro, todo se vuelve humo. Las conversaciones se quiebran como copas al suelo. Camino despacio, con el bastón golpeando el mármol, aunque no lo necesito: es el eco lo que quiero. Que todos lo escuchen. Que todos recuerden que yo, Salvatore Montenegro, no necesito invitación para reclamar lo que es mío.
Los rostros se tensan. Sé lo que piensan: que Valeria me llamó, que vine como un perro a la voz de la Reina Negra. Que lo crean. La verdad es más simple: vine porque no soporto ver mi apellido convertido en ofrenda.
En el centro de la sala están ellos. Dante Morello, con esa calma que huele a pólvora contenida, y mi sobrina, Alessia. Vestida de negro, mirada erguida, caminando como si la corona fuera suya. Mi sangre, sí, pero mi sangre mezclada con veneno.
—Alessia —mi voz corta el murmullo, grave, ronca—. ¿Es así como honras el apellido? Vendida al mejor postor, regalada como moneda de cambio.
Los murmu