Marcela.
Corríamos de puerta en puerta, golpeando con fuerza, advirtiendo a todos lo que estaba ocurriendo. Las miradas llenas de horror de los habitantes me rompían el corazón, porque nadie se imaginó que algo así volvería a ocurrir.
El frío de la noche no me afectaba, porque lo único que sentía era la urgencia de avisarle a todos. La necesidad de poner a salvo a la manada.
Kael había perdido el control, esa era nuestra realidad.
Estaba asustada, no sabía si Sebas y Nolan iban a sobrevivir ante esa enorme bestia descontrolada y sedienta de sangre.
Oliver estaba a mi lado, su voz era gravd mientras hablaba con los demás, dándoles las mismas instrucciones una y otra vez.
—Refúgiense. Cierren todo y no salgan hasta que todo esté claro —repetía—. O por lo menos hasta que amanezca…
Pero con cada palabra, el miedo en los ojos de las personas se hacía más evidente.
Tragué saliva.
Su mano tomó la mía mientras caminábamos hacia otra cabaña.
—¿Estás bien? —Me preguntó.
Tal vez fui muy