Kael.
El caos me recibió al bajar las escaleras.
Dos adolescentes de la manada, transformados en lobos, se peleaban con una furia sin sentido. Mordiscos, gruñidos y el suelo rasgado bajo sus patas me hicieron rodar los ojos con impaciencia.
¿Qué demonios hacían en mi hogar? ¿No sabían que estaba prohibido entrar?
Nolan intentaba detenerlos, pero en el proceso recibió un zarpazo que lo hizo tambalear y retroceder. Con razón me pidieron ayuda para separar a esos dos. Parecían bestias salvajes luchando por su supervivencia.
—Mierda… —soltó Nolan, revisando su herida. No era profunda—. ¿Kael? ¿Me ayudas? Hace rato que están matándose y no me escuchan.
Me miró con el ceño fruncido.
No perdí tiempo.
—¡Basta! —grité con autoridad—. ¡¿Qué demonios creen que hacen en mi cabaña?! Esto no es un patio de juegos.
Mi voz resonó en el comedor como una sentencia. Los jóvenes se congelaron de inmediato, sus cuerpos aún seguían tensos por la pelea, pero fueron incapaces de desafiar la orden de s