Narrador.
La mansión de una reina vampira se erguía en las profundidades del bosque, envuelta en una penumbra natural que parecía abrazarla como una manta protectora que aterraba a cualquiera.
En los pasillos, la luz de los candelabros brillaba suavemente, iluminando los muros de cemento y el mobiliario.
Scarlet permanecía junto a la gran ventana de la sala de estar, observando la oscuridad que cubría la tierra como un velo. La sonrisa en su rostro era ligera, apenas una sombra de satisfacción que ocultaba su verdadera intención.
Ella tenía un plan, uno que no iba a fallar.
Detrás de ella, Samanta cruzó los brazos, su mirada se fijó en su madre con incredulidad después de lo que la había mandado a hacer.
—Así que… ¿eso era todo? —preguntó, con un tono lleno de fastidio—. Asustarlo para que proteja a Celeste más de lo normal. Genial. Fue una buena idea, madre.
Scarlet giró un poco el rostro, con una sonrisa lenta y calculadora que logró erizar los vellos de la piel de su hija.