Celeste.
Caminé por el pueblo con pasos apresurados, la brisa cálida de la tarde apenas logró aliviar la inquietud en mi pecho. Desde hace días, Marcela no aparecía, no la había visto como era de costumbre, y pensé que se estaba recuperando de la batalla, pero ya pasó más de una semana y no me buscaba.
Kael fue el que me dijo que ella estaba en su cabaña. La ausencia de mi amiga pesaba, porque teníamos mucho de qué hablar.
Al llegar a la cabaña, golpeé la puerta con suavidad.
—¿Marcela? —llamé, mi voz se cargó de preocupación.
Silencio.
Noté que la puerta estaba entreabierta, lo que me permitió entrar. El ambiente era denso, apagado. Fui directamente a la habitación de Marcela, y estaba en completo desorden: mantas revueltas, platos sin recoger, papeles esparcidos por el suelo. En un rincón, ella se acurrucaba como si quisiera desaparecer.
Su cabello pelirrojo y lleno de rulos estaba hecho un desastre. Sus ojos hinchados demostraban lo mucho que había llorado.
—No he tenido ánimos pa