Narrador.
La mañana empezó con dos gritos sincronizados.
Desde la cabaña del alfa, se oía claramente a Sienna protestando porque su hermano le había robado el muñeco con cara de luna, y a Kenzo llorando porque según él “el muñeco lo eligió a él primero”.
Ninguno de los dos sabía qué significaba “elegido”, pero era una palabra que sonaba poderosa, así que la usaban con frecuencia.
Tenían menos de un año. Su cuerpo aún conservaba esa redondez infantil que los hacía parecer frágiles. Pero eso era solo una ilusión. Caminaban con seguridad, hablaban con torpeza pero decisión, y más de un adulto había tenido que retroceder ante sus opiniones malformadas pero graciosamente firmes.
Sienna ya había dicho “estratégicamente inapropiado” cuando Kael le negó una galleta.
Kenzo una vez intentó aullar como su padre… y provocó que el fuego se apagara sin querer.
—¡Devuélvelo! —chilló Sienna, señalando el muñeco—. ¡No sabes cómo usarlo!
—¡Sí sé! ¡Tiene orejas mágicas! —respondió Kenzo, abra