Kael.
Samanta, Samanta, Samanta.
Desde que esa mujer llegó, mi irritabilidad subió un mil por ciento. Celeste se había vuelto muy amiga de ella, y eso me hacía enojar.
Apoyé el mentón sobre mi puño en la mesa de mi escritorio. La mandé a llamar para aclarar la situación de una vez por todas, porque una desconocida sin memoria no iba a apartarme de Celeste.
Ella entró con nerviosismo. Cerró la puerta de la oficina y caminó a pasos lentos hasta sentarse frente a mí. Apretó los labios. Tenía su cabello rubio atado en dos coletas infantiles.
—H-hola —titubeó—. No hemos hablado desde que fuimos al bar, y me preguntaba para qué me mandó a llamar…
—¿Le pediste a Celeste que se alejara de mí? —Fui al grano.
No iba a permitir que una cualquiera se metiera en mis asuntos. Además, no me comía el cuento de que yo le gustaba, ni siquiera su corazón se aceleraba al verme a los ojos.
¿Cómo podía descifrar los pensamientos de ella?
—¡¿Qué?! Jamás haría algo como eso —Llevó una mano a su pech