Kael. Samanta, Samanta, Samanta. Desde que esa mujer llegó, mi irritabilidad subió un mil por ciento. Celeste se había vuelto muy amiga de ella, y eso me hacía enojar. Apoyé el mentón sobre mi puño en la mesa de mi escritorio. La mandé a llamar para aclarar la situación de una vez por todas, porque una desconocida sin memoria no iba a apartarme de Celeste. Ella entró con nerviosismo. Cerró la puerta de la oficina y caminó a pasos lentos hasta sentarse frente a mí. Apretó los labios. Tenía su cabello rubio atado en dos coletas infantiles. —H-hola —titubeó—. No hemos hablado desde que fuimos al bar, y me preguntaba para qué me mandó a llamar… —¿Le pediste a Celeste que se alejara de mí? —Fui al grano. No iba a permitir que una cualquiera se metiera en mis asuntos. Además, no me comía el cuento de que yo le gustaba, ni siquiera su corazón se aceleraba al verme a los ojos. ¿Cómo podía descifrar los pensamientos de ella? —¡¿Qué?! Jamás haría algo como eso —Llevó una mano a su pech
Celeste. Tocaron la puerta de mi habitación de forma desesperada. Yo estaba terminando de vestirme luego de un cálido baño de agua tibia. —¡Voy! ¿Quién sería? Si los únicos que me visitaban eran Kael y Samanta, y ninguno de los dos tocaba la puerta. Al abrir, Damián entró como si fuera su casa, que sí lo era, y caminó a pasos rápidos en el interior de la habitación, de un lado a otro. Se mordió una uña y me vio con preocupación. —¿Qué mosca te picó? —Fruncí el ceño. —¡T-tenemos que hablar de algo muy importante! —exclamó—. ¿Has hablado con Samanta estos días? —No ha venido… —murmuré—. Supongo que por lo que le dijo Kael. —¡Bien! Es mejor así —Se echó aire con la mano. Su cabello castaño estaba despeinado—. Kael tiene razón. —¿Razón? —indagué, más confundida que antes—. ¡Dime qué pasa! No entenderé si me hablas paso por paso. Me crucé de brazos. Damián se estaba comportando tan misterioso, que me puso los pelos de punta. ¿Qué tenía que ver Samanta? —Fui a la biblioteca y el
Celeste. Estando en el patio de la cabaña de Kael, me encontré con Samanta. Ella se veía deprimida, sentada en una banca de cemento debajo de un gran árbol que aportaba sombra. Me acerqué y notó mi presencia. —¿Estás bien? —pregunté, sentándome a su lado. —No sé cómo haré para olvidar lo que siento por Kael —resopló, llevando una mano a su pecho. —Un rechazo puede ser algo muy fuerte y doloroso. Te entiendo completamente —Traté de regalarle mi mejor sonrisa—. Luther me hizo creer que me amaba, pero no fue así. Siempre estuvo jugando con mis sentimientos y yo no me di cuenta. Ya no me afectaba recordar esa parte de mi relación con Luther, pero era un buen ejemplo para el problema de Samanta. Quería hacerla sentir mejor. Me miró de reojo. —Por lo menos te trató bonito, así haya sido fingido. —No debes conformarte con migajas, Sam —la regañé—. Todas merecemos un amor bonito que nos cuide y valore. —Tsk. ¿Por qué hasta ahora es que me buscas? —inquirió, un poco resentida—. He qu
Kael. Tumbaron la puerta de mi oficina y me sobresalté. Damián estaba agitado, como si hubiera corrido un maratón. —¡Se han llevado a Celeste! —exclamó, con los ojos aguados—. ¡Fue ella! Dejé el lápiz de lado y me levanté con molestia. Empujé el escritorio para caminar hacia mi hermano y recibir información. ¿Se habían llevado a Celeste? —¡¿De qué hablas?! —Tensé la mandíbula. Damián tuvo que calmarse para poder hablar, porque sus jadeos lo hacían imposible. Mi corazón estaba latiendo salvajemente dentro de mi pecho, furioso por pensar en lo peor. —S-Samante se la llevó… —titubeó, con dificultad—. Llegué demasiado tarde. Se fue volando por el cielo con Celeste en sus brazos.—¡¿Volando?! —Lo estremecí agarrando sus hombros. En primer lugar, ¿por qué Samanta se había llevado a Celeste? Mis dientes estaban chocando. —Lo siento, Kael. Quise averiguar todo por mi cuenta y la cagué —Se lamentó, bajando la cabeza—. Hace poco vi a Samanta destruyendo los libros sobre maldiciones. L
Celeste. Me desperté con una jaqueca punzante en cada parte de la cabeza. Cuando iba a moverme, me percaté de que mis manos estaban atadas detrás de mi espalda y sobre el tronco de un árbol. Lo más loco era que ese árbol se adentraba en el interior de una cabaña descuidada y llena de múltiples objetos tirados por el suelo. Escuché que tenían una tetera ruidosa y vi a Samanta preparando café en una cocina improvisada que solo tenía una hornilla. —¿Quieres café? —me preguntó, sin voltear a verme—. Está hecho con granos recién cultivados. Había olvidado que los planté hace meses. —¿Dónde estamos? —Disculpa el desorden. No suelo venir mucho por aquí. Es mi lugar seguro cuando quiero alejarme de todos —expresó, con una sonrisa que me causó escalofríos. ¿Por qué me estaba hablando como si fuéramos las mejores amigas? ¡Esa loca me había secuestrado! —Me tienes amarrada, Samanta —mascullé, de mala gana—. No quiero café. ¿Qué me asegura que no lo has envenenado? Se echó a reír. —¡Bu
Celeste. Salí de la cabaña junto a Nolan y me frené al ver a dos lobos peleando entre ellos. Uno era negro como el carbón, con el pelaje brillante gracias a los rayos del sol. Se trataba de Kael, tenía los ojos llenos de ira. Por otro lado estaba Samanta, una loba de pelaje amarillo y orejas puntiagudas. Lo que más me sorprendía era que podía lanzar hechizos en esa forma, haciéndola más fuerte que una omega común. —¿Cómo demonios nos encontraste? —masculló Samanta. Había otro cuerpo sin vida cerca de ellos, supuse que era otro guerrero como el que lanzaron por la ventana hace un rato. Mi pecho picaba, porque la respiración la tenía a millón. Nolan me acompañaba, y arrugó el entrecejo al ver a su compañero muerto. —No puedo creer que los haya matado ella… —murmuró, cabizbajo. —¡Hay que ayudar a Kael! —Quise correr hacia él, pero Nolan me sostuvo la muñeca para evitarlo. Me obligó a mirarlo. —¡No! —Negó, molesto—. Mira cómo los dejó a ellos. Es imposible que Samanta le gane a K
Celeste. Desperté con un dolor de cuello tremendo porque me había quedado dormida en la silla de la enfermería, apoyando la cabeza sobre la camilla de Kael. Él seguía desmayado desde el día anterior, y me preocupaba que nunca más fuera a despertar. Me quedé toda la noche a su lado por la luna llena, él no merecía sufrir más. Lo miré con aflicción. Esas largas pestañas lo hacían ver atractivo, y su cabello largo estaba mejor cuidado que el mío. Cuando iba a tomar su mano, me asusté porque abrió los ojos poco a poco. —¡Kael! —Subí medio cuerpo sobre la camilla para darle un abrazo—. ¡Creí que nunca ibas a despertar! Empecé a llorar, dejé escapar ese nudo que se formó en mi garganta y mi voz salió en un hilo. Tenía mucho miedo de perderlo, porque mi corazón no dejaba de latir por él. Necesitaba a Kael. Ya me había acostumbrado a su presencia. Mis muñecas lo único que tenían eran unas vendas alrededor por el forcejeo que hice cuando estaba atada. Él lo notó, lo primero que agarró f
Celeste. El mundo a mi alrededor se desvaneció cuando mi boca se unió a la de Kael y empezamos con el intercambio de salivas. No me importó estar en la enfermería, igual estaba vacía. Para mí, solo existíamos nosotros dos, enredados en un torbellino lleno de emociones. Sentí que nuestros corazones latieron al unísono, y el calor de Kael era suficiente para derretir mi cuerpo. Era la primera vez que llegaba tan lejos con un hombre, mi cuerpo se calentó en cuestión de segundos. —No me detendré, Celeste —habló entre mi boca, el sonido de los besos era excitante—. Así que de una vez te pregunto, ¿estás segura de hacer esto aquí? ¿No prefieres una habitación? Me separé para agarrar aire y mirarlo a los ojos. Ya había empezado, ¿por qué quería dejarlo? Mi cuerpo estaba listo para él. En mi entrepierna se sentía el calor infernal que me provocó un simple beso. —¿Te arrepientes ahora? —Simplemente quiero que estés segura. Tampoco pienso abusar de ti como un imbécil —comentó, en un reso