Narrador.
Días después…
El juego había comenzado como siempre.
Kenzo contaba rápido y con los ojos cerrados a medias. Miriam corría detrás de un tronco, cubriéndose con hojas. Y Sienna... bueno, Sienna decidió que esta vez se escondería mejor que nunca. Porque no podía perder. Porque ella era la estratega. Porque decir “¡me encontraste!” le daba picazón de dignidad.
Así que se alejó más de lo permitido, con pasos sigilosos y concentración de loba adolescente.
El bosque la recibió con silencio. Mediante una luz filtrada. Con aromas suaves. Pero también… con un sonido distinto.
Un llanto bajito.
Sienna se detuvo. El juego olvidado. Se agachó entre los helechos y siguió el sonido hasta un pequeño arbusto cubierto de hojas anchas. Ahí, bajo la sombra, un niño rubio se abrazaba las piernas. El rostro escondido, los sollozos lentos. Su cabello era como rayos de sol despeinado. Sus ojos, grandes y azules, como si la tristeza hubiera llegado en forma de agua.
Sienna frunció el ceño, incómod