Narrador.
Celeste caminaba de un lado al otro frente a la cabaña, con el cabello suelto y el corazón agitado. Miriam había llegado corriendo una hora antes, sin aliento, repitiendo entre hipo y lágrimas que no encontraba a Sienna ni a Kenzo por ningún rincón del bosque.
Celeste había llamado a Kael con urgencia. Damián ya había salido a buscar ramas “por si la búsqueda requería sacrificios simbólicos”, y Serena, con la mano sobre su vientre aún secreto, intentaba calmar a Miriam con cuentos mágicos.
Pero justo cuando la tensión parecía querer congelarse…
—¡Mamáaaa! —se oyó la voz de Kenzo en la distancia.
—¡¡MAMÁAAAAAA!! —repitió Sienna, aún más fuerte.
Los dos niños aparecieron trotando por el sendero, con ramas en los zapatos y hojas en el cabello. Pero no venían solos.
Entre ellos, avanzaba un niño rubio, de ojos azules, con la camiseta arrugada y una expresión tímida. Sus pasos eran suaves, como si el suelo todavía le causara desconfianza.
Celeste corrió hacia los mellizos, los a