Celeste.
Tercera noche con los mellizos.
La luna llena apareció como si quisiera hacer una entrada dramática, recortándose enorme y plateada contra el cielo despejado. Yo la vi por la ventana mientras intentaba convencer a Sienna de que dormir era una buena idea, pero ella me respondía con un chillido leve y constante, como si opinara lo contrario.
Kenzo no lloraba aún, pero se movía inquieto en la cuna, haciendo ruidos extraños con la boca. Sonaban como gruñidos. Pequeños, graves e insistentes.
—Esto no es normal —murmuré, encendiendo la lámpara para no despertar completamente a Kael, quien estaba semidormido boca abajo, con la mejilla pegada a una almohada y la camisa puesta al revés desde hacía horas.
Me acerqué a la cuna.
Y me congelé.
Sienna estaba… diferente. Su pelaje
¡¿pelaje?! estaba creciendo justo alrededor de sus mejillas.
Su nariz se afilaba apenas. Sus orejas se movían como antenas redondas. Y Kenzo no se quedaba atrás. Su manito ya tenía forma de pata, peludita, sua