Celeste.
Volver a casa después de la luna de miel fue como despertar de un sueño hermoso… sólo para darte cuenta de que el mundo real también puede ser igual de mágico.
El viaje de regreso fue tranquilo. Kael conducía con una mano en el volante y la otra sobre mi muslo, como si necesitara asegurarse de que seguía ahí. Yo iba recostada, con la cabeza apoyada en su hombro y los ojos cerrados, recordando cada instante de los últimos días: la cena bajo las estrellas, el zorro herido, las confesiones a media noche… y su risa.
Esa risa que ahora era mía.
Cuando cruzamos el arco de entrada al pueblo, lo primero que escuchamos fue un grito.
—¡Están de vuelta!
Y luego, caos.
Niños corriendo, adultos saliendo de las casas, Marcela agitando un pañuelo como si fuera una bandera de bienvenida, y Damián… bueno, Damián corrió hacia nosotros con una corona de flores en la cabeza y una capa hecha con una sábana.
¿Qué carajos?
—¡Alto ahí, recién casados! —gritó, levantando una rama como si fuera un