Celeste.
El aire olía a rosas blancas y a paz.
Cada paso que daba sobre el sendero de pétalos era como caminar dentro de un sueño que había esperado toda mi vida. El vestido blanco se deslizaba con suavidad sobre el suelo, y el velo flotaba detrás de mí como una promesa.
Todo el mal recuerdo de mi boda pasada se esfumó. Esta vez, yo sabía que llegaría al altar y el novio ya estaría de pie, esperándome.
A mi lado, con el pecho inflado de orgullo y los ojos brillando más de lo que admitiría, caminaba Damián.
—No puedo creer que estés a punto de convertirte en mi cuñada —dijo, con una sonrisa enorme—. Oficialmente. Legalmente. Espiritualmente. ¡Por fin!
Me reí, sujetando su brazo con fuerza.
—Gracias por hacer esto, Damián. De verdad. Sé que es raro porque eres menor que yo, pero como mi padre no está… —Mi voz se cortó, pensar en él me recordaba el sueño que tuve.
—¿Estás bromeando? —respondió, sacudiendo la cabeza—. Es un honor. No todos los días uno acompaña a la luna más poderosa