Luther.
El día había llegado. Bueno, la noche.
No había lluvia. Tampoco había niebla. Solo un cielo pesado, con nubes que parecían contener la respiración al igual que nosotros. Me desperté después de haber tomado una siesta, pero no me levanté de inmediato. Me quedé tendido en la cama, mirando el techo como si pudiera leer en él algún presagio, algún detalle que me dijera que esta vez saldríamos ganando.
Nada.
Solo silencio.
Elise estaba en el tocador, cepillando su cabello con movimientos lentos, calculados. Su rostro estaba inmóvil, pero sus ojos… sus ojos lo decían todo: ansiedad disfrazada de seguridad.
—Será rápido —dijo sin mirarme—. Iremos, la enfrentaremos y acabaremos con esto. Vamos a regresar con nuestro pequeño Luke, porque él no merece esto.
Me senté al borde de la cama y empecé a colocarme la camisa negra que había elegido. No por simbolismo. Simplemente era la más cómoda con la que podía pelear sin que me estorbara la tela. Elise se levantó y caminó hacia el baúl del