Elise.
El eco de la puerta cerrándose aún resonaba cuando el silencio se coló en la habitación como un presagio. Luke ya no lloraba. La sirvienta se lo había llevado como ordenó Luther. Y sin ese llanto… solo quedábamos nosotros y nuestras mentiras envejecidas.
—¿De verdad piensas que nos matará? —pregunté de nuevo, con la voz baja, temblorosa, pero no por tristeza, sino por rabia—. ¿Ella? ¿La omega más débil que tuvo esta manada?
Luther me miró sin vacilar.
—Sí.
No lo dijo con drama ni culpa. Pareció predecir el futuro, como si estuviera seguro de que ese sería nuestro destino final. Era un hecho ineludible para Luther.
Me puse de pie, observándolo con incredulidad. No podía creer que el afa más despiadado que había conocido, estuviera rindiéndose ante esa perra.
—¿Y simplemente... vamos a aceptarlo? ¿Que esa maldita omega venga a escupirnos sangre encima y lo celebremos? —me mofé, con una diversión oscura—. ¡Te has vuelto completamente loco, Luther! ¡Tenemos un hijo! Una familia