Celeste.
Estaba sentada en una banca de madera frente a la ventana, sintiendo el sol tibio filtrarse entre las hojas del bosque. Tenía una de esas mantas gruesas sobre los hombros, aunque ya no hacía frío. Quizás era solo costumbre… o nostalgia.
Damián estaba junto a mí, ajustando con precisión el vendaje que cubría mi pecho. Sus manos eran firmes, pero delicadas. Siempre tenía ese toque entre precisión médica y cariño hermano que me hacía confiar, incluso cuando dolía.
—¿Y? —pregunté, levantando un poco la ceja, casi como un desafío—. ¿Estoy entera otra vez? Porque ya estoy harta de tener que bañarme y tratar de no mojar mi pecho.
Él sonrió.
—Diría que estás mejor que entera. La herida cerró perfectamente. Regeneraste como una campeona —explicó, orgulloso—. Te felicito.
Solté un suspiro de alivio, aunque había algo que me rondaba la cabeza desde el funeral.
—Damián… ahora que Sebas no está… —Hice una pausa, no por miedo, sino porque no sabía cómo preguntar lo siguiente sin sonar d