El sonido de sus tacones resonaba en la acera mientras Eva avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. La brisa nocturna agitaba los mechones sueltos de su cabello, pero ella apenas lo notaba. Sus pensamientos seguían anclados en la humillación sufrida en la gala y en la inesperada intervención de Alejandro Duarte. El contraste entre ambos hermanos no podía ser más evidente: uno la había mirado como si fuera invisible, mientras que el otro la había visto verdaderamente.
"¿Estás segura de que perteneces aquí?" La frase de Santiago se repetía como un eco cruel en su mente. Cada sílaba, cada inflexión arrogante de su voz, ardía en su interior como ácido. Eva apretó los labios mientras esperaba que el semáforo cambiara. A su alrededor, la ciudad bullía de vida nocturna; grupos de jóvenes vestidos para una noche de fiesta, parejas tomadas de la mano, ejecutivos que regresaban tarde a casa. Mundos diferentes que coexistían sin tocarse, igual que en la gala.
Pero junto a la herida, algo más había despertado en ella: una determinación férrea, un deseo ardiente de demostrarle a ese hombre —y al mundo entero— que ella no solo merecía estar allí, sino que pronto ocuparía un lugar que ni siquiera él podría imaginar.
—Disculpe —una voz la sacó de sus pensamientos cuando accidentalmente chocó con un hombre que caminaba en dirección contraria.
—Lo siento —murmuró Eva, volviendo bruscamente a la realidad.
Se dio cuenta de que había estado caminando en piloto automático, demasiado absorta en sus planes de venganza. Necesitaba enfocarse. La oportunidad que se le presentaba era demasiado valiosa como para desperdiciarla dejándose llevar por emociones.
Cruzó la avenida principal, dejando atrás los edificios lujosos y los restaurantes caros, adentrándose en un barrio más modesto pero digno. Su edificio de apartamentos, una estructura de ladrillo visto de cinco pisos, se alzaba en la esquina. No era impresionante como el rascacielos de los Duarte, pero era su hogar, el refugio que había conseguido con su esfuerzo.
El ascensor, viejo y lento, la llevó hasta el cuarto piso, emitiendo un característico chirrido que los vecinos habían aprendido a ignorar. Al llegar a su apartamento, soltó un suspiro mientras cerraba la puerta tras de sí. El lugar era pequeño pero acogedor, con muebles sencillos y estanterías llenas de libros. Una lámpara de pie arrojaba una luz cálida sobre el sofá desgastado pero limpio, y un par de plantas colocadas estratégicamente añadían vida al espacio.
Sobre la mesa del comedor, los apuntes de su proyecto seguían esparcidos, testigos de las noches en vela que había dedicado para perfeccionarlo. Hojas llenas de estadísticas, gráficos, testimonios de becarios anteriores, todo meticulosamente investigado y organizado.
Eva dejó la carpeta cuidadosamente sobre la mesa y se acercó al espejo del pequeño recibidor. Sus ojos castaños reflejaban una mezcla de dolor y determinación, y notó la tensión en su mandíbula, los músculos de su cuello rígidos por el estrés acumulado. Se quitó los pendientes y el collar sencillo que había usado esa noche, colocándolos en una pequeña caja de madera tallada, uno de los pocos recuerdos que conservaba de su madre.
Pero antes de retirarse el vestido, se detuvo. Su reflejo la miraba como si fuera otra persona, alguien a quien estaba conociendo apenas esa noche. Sus dedos se aferraron al borde del tocador con fuerza, sus nudillos tornándose blancos. No sabía cómo ni cuándo, pero juró que lo haría pagar. Y entonces, como si el destino le hubiese tendido la mano en el momento exacto, la imagen de Alejandro volvió a aparecer en su mente. La forma en que la había mirado, diferente a todos los demás. No con lástima ni con superioridad, sino con algo parecido a la curiosidad… y tal vez algo más.
Una idea comenzó a tomar forma en su mente, una posibilidad que, si jugaba bien sus cartas, podría cambiarlo todo. No solo demostraría su valía profesional, sino que, al final, haría que Santiago viera su nombre grabado en el corazón mismo del imperio familiar que él tanto adoraba. Y lo haría a través del hombre que más le dolería ver triunfar: su hermano mayor.
Con esa promesa ardiendo en su interior, Eva finalmente se quitó el vestido y lo colgó cuidadosamente. Se puso una camiseta holgada y unos pantalones cómodos, y se sentó frente a su computadora portátil. Aunque era tarde, sabía que no podría dormir. Tenía mucho trabajo que hacer si quería impresionar a Alejandro Duarte.
Abrió su proyecto y comenzó a revisarlo una vez más, buscando cualquier imperfección, cualquier detalle que pudiera ser mejorado. Las horas pasaron mientras ajustaba gráficos, pulía párrafos y fortalecía argumentos. El reloj marcó las tres de la madrugada cuando finalmente se permitió un descanso.
A la mañana siguiente, el edificio corporativo de los Duarte se erguía imponente contra el cielo azul. Sus ventanales de vidrio reflejaban la luz del sol como si fuera un monumento a la ambición y el poder. Eva se detuvo frente a las puertas giratorias, ajustando el bolso sobre su hombro donde llevaba su computadora y una versión actualizada de su proyecto. Había dormido apenas tres horas, pero la adrenalina mantenía su mente clara y alerta.
Vestía un traje de chaqueta azul marino que había comprado para entrevistas importantes. No era de diseñador, pero le quedaba impecable y proyectaba la imagen profesional que necesitaba. Se había recogido el cabello en un moño austero pero elegante, y su maquillaje, aunque discreto, resaltaba sus ojos y disimulaba las ojeras.
Respiró hondo, enderezó los hombros y entró al vestíbulo. El interior era aún más impresionante que la fachada: mármol pulido en el suelo, obras de arte contemporáneo en las paredes, y un enorme logo corporativo de acero cepillado presidiendo la recepción. Ejecutivos de trajes impecables y secretarias con vestimenta elegante entraban y salían apresuradamente, todos con esa mirada determinada de quienes saben exactamente hacia dónde se dirigen.
Eva se acercó al mostrador de recepción, donde una mujer rubia de unos treinta años la recibió con una sonrisa educada pero distante.
—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla? —preguntó con un tono profesional que no revelaba emoción alguna.
—Buenos días. Tengo una reunión con el señor Alejandro Duarte —respondió Eva con firmeza, sintiendo un leve temblor en las manos que rápidamente controló apretando la correa de su bolso.
—¿Su nombre? —la recepcionista la miró brevemente, evaluándola con una mirada rápida pero meticulosa.
—Eva Montenegro.
La recepcionista tecleó en su computadora y, tras un breve instante, asintió.
—Un momento, por favor —dijo, y llamó por el intercomunicador—. Señor Duarte, la señorita Montenegro está aquí para su reunión.
Eva contuvo la respiración. ¿Y si Alejandro había reconsiderado? ¿Y si había sido simplemente un gesto de cortesía que nunca pensó cumplir?
—El señor Duarte la recibirá en el piso 22. El ascensor está al fondo a la derecha —indicó la recepcionista, señalando con un gesto elegante—. Necesitará esto.
Le entregó un pase de visitante que Eva se colgó inmediatamente.
—Gracias.
Cada paso hacia el ascensor parecía resonar en su mente, marcando el compás de su destino. El corazón le latía con fuerza mientras veía los números subir: 18, 19, 20, 21, 22. Un suave 'ding' anunció su llegada.
Las puertas se abrieron a una oficina amplia y moderna, con ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. El ambiente olía a cuero y madera, una mezcla sutil que transmitía poder y sofisticación. Los muebles eran de líneas limpias y elegantes, en tonos neutros que creaban una atmósfera serena pero imponente.
—Señorita Montenegro, bienvenida —la saludó una asistente con traje gris perla y cabello oscuro recogido en una cola de caballo perfecta—. El señor Duarte la está esperando. Sígame, por favor.
Eva caminó tras ella, observando discretamente todo a su alrededor. La eficiencia y el lujo silencioso del lugar eran intimidantes, pero se negó a dejarse amedrentar. Había trabajado demasiado duro para estar allí como para permitir que la inseguridad la dominara ahora.
La asistente abrió la puerta y se hizo a un lado.
Eva entró y se encontró cara a cara con Alejandro Duarte. Él estaba de pie junto al ventanal, contemplando la ciudad con las manos en los bolsillos de su traje gris oscuro impecablemente cortado. Al oírla entrar, se giró y la observó durante unos segundos que parecieron eternos. Sus ojos eran agudos pero cálidos, muy diferentes a la mirada helada y evaluadora de su hermano.
—Puntualidad. Eso dice mucho de una persona —comentó Alejandro, esbozando una leve sonrisa mientras le indicaba un asiento frente a su escritorio, una imponente pieza de cristal y acero.
—Prefiero aprovechar bien el tiempo —respondió Eva, sentándose con la espalda recta y colocando su bolso a un lado—. El suyo y el mío.
Alejandro asintió, como apreciando su franqueza. Tomó asiento al otro lado del escritorio, con la carpeta de su proyecto abierta frente a él. Eva notó que había varias notas escritas a mano en los márgenes, lo que indicaba que realmente lo había leído con detenimiento.
Alejandro se reclinó ligeramente en su silla, estudiándola con una mirada que parecía intentar descifrarla.
—He revisado su propuesta con detenimiento. Es innovadora, eficiente y, lo más importante, realista. No muchas veces veo proyectos con este nivel de investigación y consideración práctica —hizo una pausa, sus dedos tamborileando suavemente sobre la carpeta—. ¿Por qué cree que mi hermano la rechazó?
La pregunta directa tomó a Eva por sorpresa. Podría haber respondido con diplomacia, con alguna excusa sobre malentendidos o diferencias de opinión, pero decidió apostar por la verdad. Si iba a jugar en las grandes ligas, no podía permitirse la cobardía.
—Porque no vio más allá de mi apellido ni de mi origen —dijo, sin apartar la mirada de Alejandro—. Su hermano evaluó mi propuesta basándose en quién soy, no en lo que puedo hacer. Pero si usted está dispuesto a juzgarme por mi trabajo y no por mi procedencia, le demostraré que esta propuesta puede llevar a la Fundación Duarte a un nivel que ni siquiera imagina.
Un destello de interés cruzó los ojos oscuros de Alejandro. Su expresión era difícil de leer, pero había cierta intensidad en su mirada que sugería que sus palabras habían tocado algo en él.
Durante unos segundos, el silencio se extendió entre ellos, cargado de una tensión difícil de definir. Eva mantuvo su postura, negándose a retroceder o a suavizar sus palabras. Finalmente, Alejandro asintió lentamente.
—Aprecio su honestidad, señorita Montenegro —dijo, y una leve sonrisa apareció en sus labios—. Es refrescante en un mundo donde la mayoría prefiere decirme lo que creen que quiero escuchar.
Se levantó y caminó hasta una pantalla digital en la pared, donde con un toque desplegó un calendario.
—Bien. Le daré una oportunidad, señorita Montenegro. Quiero que presente este proyecto ante el comité ejecutivo el próximo viernes a las diez de la mañana —señaló una fecha en el calendario—. Tendrá veinte minutos para convencerlos. Serán ocho personas, todas con el poder de aprobar o rechazar fondos para la fundación. ¿Cree poder lograrlo?
El corazón de Eva dio un vuelco. Aquella era la oportunidad que tanto había esperado, pero también sabía que fallar no era una opción. El comité ejecutivo... ocho personas que seguramente tenían la misma mentalidad elitista que Santiago. Tendría que ser impecable.
—Lo lograré —afirmó sin titubear, aunque por dentro sentía un torbellino de emociones.
Alejandro la estudió por un momento más, como evaluando su determinación.
—Mi hermano estará presente —añadió, observando atentamente su reacción—. Como parte del directorio de la fundación, tiene voz y voto en el comité. ¿Eso cambia su respuesta?
Eva sintió un escalofrío recorrer su espalda. Enfrentarse nuevamente a Santiago, ahora en su territorio y frente a personas que seguramente lo respetaban, sería doblemente difícil. Pero también era exactamente lo que necesitaba para su plan.
—No —respondió con firmeza—. Al contrario, me da más razones para asegurarme de que mi presentación sea impecable.
Alejandro esbozó una sonrisa leve, pero sus ojos mantenían esa intensidad que parecía capaz de ver más allá de las palabras.
—Bien —dijo, acercándose a su escritorio y presionando un botón del intercomunicador—. Tendrá acceso a los archivos de la fundación y a la sala de conferencias del piso 20 para que pueda preparar su presentación.
Eva no pudo ocultar su sorpresa.
—¿Acceso a los archivos?
—Si va a defender este proyecto, necesitará todos los datos disponibles —explicó Alejandro, volviendo a sentarse—. Los informes financieros de años anteriores, los resultados de programas similares, la demografía de los beneficiarios... todo eso le ayudará a refinar su propuesta.
Eva asintió, agradecida pero también cautelosa. ¿Por qué confiaba tanto en ella? ¿Realmente creía en su proyecto o tenía alguna otra motivación?
—Gracias, señor Duarte. Aprovecharé al máximo esta oportunidad.
—Perfecto. Mi asistente le proporcionará los detalles logísticos. Nos veremos el viernes, señorita Montenegro.
Eva se levantó y extendió su mano. Alejandro la estrechó, su agarre firme pero no dominante. El contacto fue breve, pero una corriente inexplicable recorrió su piel. Sus manos eran cálidas y fuertes, con la textura ligeramente áspera de quien, a pesar de su posición, no tenía miedo al trabajo duro. Sin embargo, no dejó que aquello la desconcentrara.
—Hasta el viernes, señor Duarte —se despidió Eva, recogiendo su bolso y dirigiéndose a la puerta.
—Una cosa más, señorita Montenegro —la voz de Alejandro la detuvo justo antes de salir—. Santiago puede ser... difícil. Pero no lo subestime. Es inteligente y tiene aliados poderosos en ese comité.
Eva se giró para mirarlo.
—Gracias por la advertencia —dijo, y luego añadió con una confianza que no sabía que poseía—: Pero no será la primera vez que enfrento obstáculos que parecen insuperables.
Alejandro asintió, una expresión enigmática en su rostro.
—Entonces esperaré con interés su presentación.
Al salir de la oficina, Eva fue recibida por Marta, la asistente, quien le entregó un pase electrónico y la guió hacia el piso 20, explicándole el funcionamiento de los archivos y los recursos disponibles. Durante todo el recorrido.
Cuando finalmente se encontró sola en la sala de conferencias asignada, con su computadora conectada al sistema y acceso a todos los archivos relevantes, permitió que una sonrisa genuina se dibujara en su rostro. La sala, con su mesa larga y sus sillas ergonómicas, sus pantallas de alta definición y su iluminación perfecta, era el tipo de espacio con el que siempre había soñado trabajar.
Pero más allá del lujo, lo que realmente la emocionaba era lo que representaba: un paso más cerca de su objetivo. Un paso más cerca de demostrar su valía. Un paso más cerca de la venganza que Santiago Duarte merecía.
Mientras comenzaba a trabajar, organizando datos y preparando gráficos, Eva podía sentir cómo su destino comenzaba a cambiar. No era solo una oportunidad profesional. Era el primer paso hacia la venganza que había jurado la noche anterior.
Porque Santiago Duarte la había despreciado. Pero pronto, muy pronto, él sería quien tuviera que inclinar la cabeza ante ella.
Y cuando ese día llegara, Eva Montenegro se aseguraría de que él nunca lo olvidara.
Con los dedos volando sobre el teclado y la determinación ardiendo en su interior, Eva se sumergió en su trabajo. El reloj avanzaba, pero ella apenas lo notaba. Tenía una semana para preparar la presentación perfecta, y cada segundo contaba.
A través de los ventanales de la sala, el sol comenzaba su descenso, pintando el cielo de tonalidades rojizas y doradas. Era un nuevo día, un nuevo comienzo.
Y para Eva Montenegro, era el principio de su ascenso.
Los días siguientes transcurrieron en una vorágine de trabajo. La oficina de Eva, aunque pequeña, se había convertido en su fortaleza. Las paredes color crema estaban tapizadas de notas, gráficos y fotografías de los jóvenes becados cuyas vidas intentaba transformar. Cada noche, las luces de su escritorio brillaban hasta altas horas mientras afinaba cada detalle de la presentación que daría ante el comité ejecutivo. Eva sabía que solo tendría una oportunidad y no podía fallar.Sin embargo, más allá del desafío profesional, un pensamiento persistente la acompañaba: Alejandro Duarte. Cada vez que evocaba la imagen de su mirada intensa y su voz grave, algo dentro de ella se estremecía. La escena en la que él la había defendido frente a Santiago se repetía en su cabeza como una película que no conseguía apagar."Concéntrate, Eva", se regañaba cuando se sorprendía pensando en él. "Recuerda quién eres y por qué estás aquí."Debía recordar que su acercamiento a Alejandro no era por admiración
Eva llegó a su departamento poco después de las nueve de la mañana. Había decidido trabajar desde casa, necesitando espacio para reorganizar sus pensamientos después de la victoria del día anterior. El apartamento, pequeño pero luminoso, contrastaba drásticamente con las oficinas de cristal y acero de los Duarte. Aquí, entre sus plantas y sus libros cuidadosamente ordenados, Eva se sentía protegida, dueña de su propio territorio.Apenas entró, dejó su bolso sobre el sofá y abrió su laptop. Un correo de Alejandro ya la esperaba en su bandeja de entrada.De: Alejandro DuarteAsunto: Nuestra cena de esta nocheMensaje: Eva, reservé en Altamira a las 20:00. Es un lugar discreto donde podremos hablar tranquilamente sobre el proyecto. Te envío la dirección adjunta. Espero verte allí. A.La formalidad del mensaje contrastaba con la intimidad que había surgido entre ellos el día anterior. Por un instante, Eva se preguntó si había imaginado aquella tensión, aquella danza silenciosa donde él hab
El sol caía sobre los techos de zinc del barrio Las Magnolias cuando el automóvil de Alejandro se detuvo frente a una construcción de dos plantas pintada con murales coloridos. Eva observó con curiosidad el edificio: tenía grandes ventanales y en el frente podía leerse "Centro Comunitario Las Magnolias - Fundación Herrera".—Llegamos —anunció Alejandro mientras apagaba el motor—. Quería mostrarte este lugar antes de que avancemos más con tu propuesta de becas.Eva asintió, admirando los murales que representaban a niños y adultos trabajando juntos entre árboles y flores. Después de la cena de la noche anterior, donde habían compartido mucho más que una comida, sentía una mezcla de nerviosismo y expectación por pasar más tiempo con él.—Es precioso el edificio —comentó mientras descendía del auto—. ¿Hace cuánto que existe?—Tres años —respondió Alejandro, caminando hacia la entrada—. Aunque la fundación lleva trabajando con esta comunidad casi ocho. El centro lo construimos cuando nos d
El eco de los últimos acordes del vals aún resonaba en la mente de Eva mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. Junto a ella, Alejandro conducía en silencio, con una expresión serena pero enigmática. La proximidad durante el baile había dejado una tensión palpable entre ambos, una chispa que, aunque ninguno mencionaba, se sentía cada vez más difícil de ignorar.Cuando llegaron frente al edificio de Eva, Alejandro detuvo el auto y giró ligeramente la cabeza hacia ella. Durante unos segundos, ninguno habló. El aire dentro del vehículo parecía cargado de algo indefinible.—Gracias por acompañarme esta noche —dijo finalmente Alejandro—. Creo que impresionó a más de uno.—Fue una oportunidad que no podía desaprovechar —respondió Eva con una sonrisa profesional, aunque su corazón latía con fuerza.Alejandro inclinó la cabeza levemente, como si pudiera ver más allá de sus palabras.—Tiene una habilidad especial para dejar huella, señorita Montenegro. Será interesante
El sonido de sus tacones resonaba en el mármol pulido mientras Eva caminaba por el vestíbulo del edificio Duarte. La mañana apenas comenzaba, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior. El recuerdo del beso con Alejandro se había instalado en su memoria con una nitidez imposible de ignorar."Esto complica las cosas."Las palabras de Alejandro aún resonaban en su cabeza, y lo peor era que él tenía razón. Aquello no solo había cruzado una línea personal, sino que amenazaba con desviar su plan de venganza. Y lo último que podía permitirse era perder el control de la situación.—Mantente enfocada —se dijo en silencio mientras entraba en el ascensor—. Esto es solo una distracción temporal. Nada más.Pero, por mucho que intentara convencerse, el calor de los labios de Alejandro y la intensidad de su mirada seguían grabados en su piel.Al llegar a su oficina, Eva se sentó frente al escritorio y abrió su portátil. El calendario mostraba una reunión con Alejandro a las diez, seguida de
La noche era silenciosa en la ciudad, pero dentro del apartamento de Eva, su mente seguía en un torbellino de pensamientos. Sentada en el sofá con una taza de café entre las manos, repasaba mentalmente los eventos de la reunión de esa mañana. Había logrado impresionar al consejo directivo y consolidar su posición en la empresa, pero la presencia de Santiago y sus insinuaciones seguían resonando en su cabeza.“No creas que esto significa que ya has ganado.”Las palabras de Santiago habían sido un recordatorio brutal de que su camino aún estaba lleno de obstáculos. Y lo peor era que, por primera vez, Eva empezaba a cuestionarse si realmente podía seguir adelante con su plan sin que sus emociones se interpusieran.Porque, aunque había jurado que Alejandro no sería más que un medio para alcanzar su venganza, cada día le resultaba más difícil ignorar lo que sentía cuando él la miraba, cuando sus manos se rozaban accidentalmente o cuando, sin decir una palabra, parecía entenderla mejor que
El sonido de la lluvia golpeaba suavemente los ventanales de la oficina mientras Eva revisaba los informes de la segunda fase del proyecto. Afuera, la ciudad parecía sumida en un letargo gris, pero dentro del edificio Duarte, el ambiente estaba más tenso que nunca.Desde la exitosa presentación ante el consejo directivo, las miradas de los empleados hacia Eva habían cambiado. Algunos la admiraban, otros la envidiaban, pero todos sabían que su ascenso había sido más rápido de lo habitual. Y, aunque nadie lo decía en voz alta, las insinuaciones de Santiago habían comenzado a sembrar dudas en los pasillos.Sin embargo, lo que más inquietaba a Eva no eran los rumores, sino la creciente hostilidad entre Alejandro y su hermano. Cada día parecía más evidente que la rivalidad entre ellos iba más allá de lo profesional, y ella comenzaba a sospechar que había algo más profundo detrás de su relación fracturada.—No debo involucrarme más de lo necesario —se recordó en silencio, pero cada vez le r
El aire en el edificio Duarte parecía más denso que de costumbre. Desde la discusión entre Alejandro y Santiago, una tensión silenciosa se había instalado en los pasillos, y Eva podía sentirla en cada mirada furtiva y en cada susurro que se apagaba cuando ella pasaba.Pero no tenía tiempo para preocuparse por los rumores. La próxima reunión del consejo directivo estaba a solo unos días, y Alejandro había confiado en ella para presentar el informe. Era su oportunidad de consolidar su posición, de demostrarle a todos —incluido Santiago— que merecía estar allí.—No voy a fallar —se prometió a sí misma mientras revisaba las últimas estadísticas del proyecto.Sin embargo, en el fondo de su mente, una advertencia persistía como un eco inquietante: las palabras de Alejandro sobre la capacidad de Santiago para jugar sucio.“Santiago no es alguien que acepte perder fácilmente.”Pero Eva no pensaba detenerse. No ahora.Esa tarde, mientras organizaba los documentos para la reunión, recibió un co