El acercamiento

Los días siguientes transcurrieron en una vorágine de trabajo. La oficina de Eva, aunque pequeña, se había convertido en su fortaleza. Las paredes color crema estaban tapizadas de notas, gráficos y fotografías de los jóvenes becados cuyas vidas intentaba transformar. Cada noche, las luces de su escritorio brillaban hasta altas horas mientras afinaba cada detalle de la presentación que daría ante el comité ejecutivo. Eva sabía que solo tendría una oportunidad y no podía fallar.

Sin embargo, más allá del desafío profesional, un pensamiento persistente la acompañaba: Alejandro Duarte. Cada vez que evocaba la imagen de su mirada intensa y su voz grave, algo dentro de ella se estremecía. La escena en la que él la había defendido frente a Santiago se repetía en su cabeza como una película que no conseguía apagar.

"Concéntrate, Eva", se regañaba cuando se sorprendía pensando en él. "Recuerda quién eres y por qué estás aquí."

Debía recordar que su acercamiento a Alejandro no era por admiración ni —mucho menos— por deseo; era parte de su plan. Un plan meticulosamente diseñado donde los sentimientos no tenían cabida. Un plan nacido del dolor y la injusticia.

El jueves por la noche, la ansiedad por la presentación la mantuvo despierta hasta el amanecer. Se levantó con el primer rayo de sol, sintiéndose extrañamente lúcida a pesar del cansancio. Eligió cuidadosamente su atuendo: un vestido burdeos ceñido, elegante pero sobrio, combinado con un blazer negro de corte impecable. Quería proyectar profesionalismo, pero también presencia.

Al mirarse al espejo antes de salir, recorrió su reflejo con ojo crítico. Perfecta. Controlada. Implacable. Se prometió que ese día sería el inicio de su ascenso.

"Y de su caída", murmuró, pensando en Santiago Duarte.

El edificio corporativo de los Duarte parecía aún más imponente aquella mañana. Sus cincuenta pisos de cristal y acero se alzaban hacia el cielo como un monumento al poder. Eva avanzaba con paso firme, ignorando las miradas curiosas que la seguían.

El ascensor la llevó hasta el piso 22 en un silencio sepulcral. Cuando las puertas se abrieron, fue recibida por Carla, la asistente de Alejandro.

—Buenos días, señorita Montenegro. La estábamos esperando —dijo con una sonrisa profesional—. El comité estará aquí en veinte minutos. ¿Desea un café mientras tanto?

—Un americano, por favor —respondió Eva, agradeciendo la oportunidad de calmar sus nervios con cafeína.

—Por supuesto. El señor Duarte me pidió que le informara que le desea éxito —añadió Carla antes de guiarla hasta la sala de reuniones.

Eva quedó sola en la imponente sala. Las paredes de vidrio ofrecían una vista panorámica de la ciudad que se extendía como un vasto tablero de ajedrez bajo sus pies. Colocó sus documentos sobre la mesa de cristal y conectó su portátil al proyector. El café llegó, humeante y aromático. Eva tomó un sorbo, sintiendo cómo el líquido caliente le aportaba la energía que necesitaba.

Poco a poco, los miembros del comité comenzaron a llegar. Primero entró Carlos Menéndez, director financiero, un hombre de sesenta años con gafas de montura fina. Le siguió María Sánchez, vicepresidenta de operaciones, conocida por su aguda inteligencia. Después, tres ejecutivos más cuyos nombres Eva había memorizado junto con sus perfiles.

Y entonces entró él. Santiago Duarte. El hermano menor de Alejandro. Su presencia hizo que el estómago de Eva se contrajera con una mezcla de repulsión y rabia apenas contenida. El hombre que había destruido a su familia sin pestañear. El hombre a quien había jurado hacer pagar.

Santiago la miró con una sonrisa burlona al tomar asiento. Eva sostuvo su mirada sin pestañear, permitiendo que él viera solo profesionalismo y confianza. Nada de miedo. Nada de odio.

La puerta se abrió por última vez y todos se enderezaron en sus asientos. Alejandro Duarte hizo su entrada con la autoridad silenciosa que lo caracterizaba. Vestía un traje gris oscuro a medida y una corbata roja que resultaba un toque audaz en su atuendo. Sus ojos, de un marrón tan oscuro que parecían negros, encontraron los de Eva durante un instante que pareció detener el tiempo.

—Buenos días a todos —saludó Alejandro, tomando asiento en la cabecera—. Como saben, hoy tenemos la presentación de un proyecto que podría ampliar significativamente el impacto social de nuestra fundación. La señorita Eva Montenegro nos expondrá los detalles de una propuesta para la modernización del programa de becas. Señorita Montenegro, puede comenzar cuando esté lista.

Eva se colocó frente a la pantalla y respiró hondo. Todo lo que había sufrido para llegar hasta allí culminaba en ese momento.

—Buenos días —comenzó, y se sorprendió al notar que su voz sonaba firme—. Mi propuesta se basa en la modernización y expansión del programa de becas de la Fundación Duarte. Actualmente, nuestras becas alcanzan a un 10% de los solicitantes. Con un enfoque más estratégico, podríamos duplicar esa cifra en menos de dos años.

A medida que hablaba, su voz se volvía más segura. Las diapositivas mostraban gráficos con proyecciones financieras y testimonios en video de estudiantes que habían transformado sus vidas gracias a las becas.

—Lo que propongo no es simplemente dar más dinero a más estudiantes —explicó Eva, notando cómo incluso los más escépticos prestaban atención—. Se trata de crear un ecosistema completo de apoyo: becas financieras, mentoría profesional, acceso a redes de contactos, programas de intercambio internacional y apoyo psicológico. Queremos formar no solo profesionales, sino líderes que retornen a sus comunidades y multipliquen el impacto.

Podía sentir la mirada fría de Santiago, analizando cada palabra. Pero también notaba la atención de Alejandro, cuyos ojos seguían cada uno de sus movimientos con innegable interés.

Cuando llegó al final de su presentación, un silencio expectante llenó la sala. Santiago no tardó en intervenir.

—Señorita Montenegro —comenzó, con un tono condescendiente—, su propuesta suena muy bien en teoría, casi idealista, pero ¿cómo planea convencer a nuestros donantes de aumentar su apoyo? Ellos buscan resultados tangibles, no promesas bonitas.

Eva sintió una punzada de rabia ante su tono, pero la suprimió con rapidez.

—Los donantes buscan impacto social, señor Duarte —respondió con firmeza—. Por eso he incluido en mi propuesta un sistema de seguimiento transparente, donde cada donante podrá ver en tiempo real en qué se invierte su dinero y qué resultados se obtienen.

Activó una diapositiva que mostraba la interfaz de una aplicación móvil.

—Esta plataforma permitirá a los donantes no solo ver estadísticas, sino conocer las historias personales de los estudiantes que apoyan. Transparencia y eficiencia son nuestras mejores herramientas para ganar su confianza.

Santiago no se dio por vencido.

—Duplicar la cobertura en dos años parece demasiado ambicioso, por no decir ingenuo. ¿No teme que la presión por alcanzar esas metas afecte la calidad del programa?

—El crecimiento rápido no tiene por qué comprometer la calidad si se gestiona correctamente —respondió Eva—. He diseñado un proceso de expansión gradual, con alianzas estratégicas con universidades y empresas que puedan ofrecer mentorías, multiplicando el impacto sin aumentar significativamente los costos.

Carlos Menéndez, que había permanecido en silencio, finalmente habló.

—Las proyecciones financieras son sólidas, pero me preocupa el período de implementación inicial. ¿Qué garantías tenemos de que el sistema estará operativo en los plazos establecidos?

—Excelente observación —respondió Eva, entregándole una carpeta—. Aquí encontrará tres escenarios posibles con sus respectivas estrategias de mitigación de riesgos.

Alejandro, que se había mantenido en silencio, finalmente se inclinó hacia adelante.

—Señorita Montenegro, su propuesta es ambiciosa y bien estructurada. Pero hay algo que me intriga: ¿qué la motivó personalmente a desarrollar este proyecto específicamente?

La pregunta la tomó por sorpresa. Eva sintió todas las miradas sobre ella, especialmente la de Santiago, que parecía súbitamente alerta.

—La educación transformó mi vida, señor Duarte —respondió con firmeza—. Crecí en un ambiente donde las oportunidades eran escasas. Mi padre trabajaba en dos empleos para que yo pudiera estudiar, y aún así, casi tuve que abandonar la universidad por dificultades económicas.

Hizo una breve pausa, consciente de que estaba revelando más de lo necesario.

—Una beca similar a las que ofrece esta fundación me permitió terminar mis estudios. Sé por experiencia propia que el talento está distribuido equitativamente en la sociedad, pero las oportunidades no. Creo que podemos cambiar eso.

Alejandro la observó durante un largo momento, como si intentara leer algo más allá de sus palabras. Finalmente, asintió.

—Gracias por su sinceridad. Creo que hemos visto suficiente. Vamos a someterla a votación. ¿Quiénes están a favor de aprobar el proyecto?

Una a una, las manos comenzaron a levantarse. Santiago mantuvo su mano abajo, como era de esperar. Solo quedaba Alejandro, cuya expresión seguía siendo indescifrable. Después de lo que pareció una eternidad, levantó lentamente la mano.

—La propuesta queda aprobada —anunció con voz serena.

Eva respiró hondo, sintiendo una mezcla de alivio y triunfo. Se reprendió internamente por la inesperada emoción que sintió al ver la aprobación en los ojos de Alejandro.

Mientras los miembros del comité salían, Santiago se acercó a ella.

—Has tenido suerte —murmuró en voz baja—. Mi hermano parece tener cierta... debilidad por ti. Pero la suerte no dura para siempre.

—No necesito suerte, señor Duarte —respondió con una sonrisa imperturbable—. Solo oportunidades. Y sé aprovecharlas cuando se presentan.

Cuando la sala quedó vacía, Eva comenzó a recoger sus documentos. No notó la presencia de Alejandro hasta que habló.

—Una presentación excepcional —dijo, sobresaltándola.

Eva se giró para encontrarlo de pie junto a la ventana, observándola con intensidad.

—Gracias, señor Duarte —respondió, recuperando rápidamente la compostura.

—Alejandro —corrigió él con voz suave pero firme—. Creo que después de hoy, podemos usar nuestros nombres de pila cuando estemos solos.

El corazón de Eva dio un vuelco. Esto era exactamente lo que buscaba para su plan, pero por alguna razón, la familiaridad propuesta la desconcertó.

—En ese caso, gracias... Alejandro —respondió, probando cómo sonaba su nombre en sus labios.

Él se acercó lentamente, acortando la distancia entre ambos. Eva percibió su aroma, una mezcla de madera y cítricos con un toque de algo más personal. Tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no retroceder.

—Hay algo en ti que me intriga, Eva —dijo él, y la forma en que pronunció su nombre envió un escalofrío por su columna—. La mayoría de las personas que llegan a este nivel lo hacen por ambición o por conexiones. Pero tú... hay algo diferente en tus ojos. Una determinación que va más allá de la ambición profesional.

—Todos tenemos nuestras motivaciones —logró responder—. Las mías simplemente están muy claras para mí.

Alejandro sonrió ligeramente, como si su respuesta le divirtiera.

—¿Y esas motivaciones son...? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella.

Eva dio un pequeño paso atrás, necesitaba recuperar el espacio, el control.

—Hacer la diferencia —respondió—. Demostrar lo que soy capaz de hacer.

—¿Y qué más? —insistió él, acercándose nuevamente, siguiendo su movimiento como en una danza silenciosa.

—¿Qué te hace pensar que hay algo más? —Eva levantó la barbilla, desafiante.

La sonrisa de Alejandro se amplió, transformando por completo su rostro.

—Porque reconozco el fuego cuando lo veo —respondió con voz baja—. Y tú, Eva Montenegro, estás ardiendo por dentro.

Eva sintió que su espalda tocaba la ventana. No tenía más espacio para retroceder. Alejandro estaba ahora a centímetros de ella, lo suficientemente cerca para que pudiera sentir el calor que emanaba de su cuerpo.

—No sabes nada de mí —susurró ella, odiando cómo su voz traicionaba su nerviosismo.

—Al contrario —respondió él, levantando una mano para colocar un mechón rebelde de su cabello detrás de su oreja, el contacto fugaz de sus dedos quemando su piel—. Creo que empiezo a entenderte muy bien.

El tiempo pareció detenerse. Eva era dolorosamente consciente de cada sensación: el cristal frío contra su espalda, el aroma embriagador de Alejandro, el pulso acelerado que latía en su garganta. Una parte de ella le gritaba que se alejara, que mantuviera la distancia profesional. Pero otra parte la mantenía inmóvil, casi deseando que él eliminara la escasa distancia que los separaba.

Alejandro bajó la mirada hacia sus labios por un instante. Luego, con una sonrisa enigmática, dio un paso atrás.

—Me gustaría que cenáramos juntos mañana por la noche —dijo con naturalidad—. Para discutir los próximos pasos del proyecto, por supuesto.

—Por supuesto —respondió ella automáticamente—. Para discutir el proyecto.

Alejandro asintió, y algo en su mirada le dijo que él sabía exactamente el efecto que había causado en ella.

—Te enviaré la dirección. A las ocho —dijo, caminando hacia la puerta—. Y Eva...

Se detuvo en el umbral, girándose para mirarla.

—Será interesante ver hasta dónde puede llegar esto —añadió, con un tono que dejaba claro que no se refería solo al proyecto.

Con esas palabras, salió de la sala, dejándola sola junto a la gran ventana, con el corazón latiendo desbocado.

"Es un juego", se recordó con firmeza mientras recogía sus cosas. "Y yo establezco las reglas."

Pero mientras salía de la sala de juntas, una voz en su cabeza le susurraba que quizás había subestimado a su oponente. Y lo peor: una parte de ella estaba emocionada ante esa posibilidad.

"Mañana a las ocho", pensó, sintiendo una mezcla de anticipación y temor. "El próximo movimiento en el tablero."

Y aunque intentaba convencerse de que todo formaba parte de su plan, no podía negar que por primera vez en años, no tenía el control absoluto de la situación. Y eso, más que cualquier otra cosa, la aterrorizaba y la excitaba a partes iguales.

 

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