El despacho de Eva estaba en penumbra cuando llegó esa mañana. Cerró la puerta tras de sí con una decisión silenciosa y se acercó al gran ventanal desde el que se veía parte del skyline de la ciudad. Las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse entre los rascacielos, dibujando siluetas doradas sobre el horizonte urbano. Todo parecía en calma, pero Eva sabía que ese era solo el silencio antes del estruendo.
Respiró hondo, sintiendo cómo el aire frío de la mañana llenaba sus pulmones. Sus dedos rozaron el cristal templado, dejando una leve marca que se desvaneció en segundos. Así de efímera había sido su presencia en la empresa de su padre hasta ahora: casi imperceptible, fácilmente borrable. Pero eso cambiaría hoy.
Aquella mañana no sería una más. Esa mañana comenzaba su ofensiva. La real.
Había pasado la noche anterior junto a Alejandro, y entre caricias y susurros habían compartido más que amor: habían trazado líneas de batalla. El recuerdo del calor de su cuerpo todavía pe