Voces silenciadas

La lluvia siguió toda la noche, golpeando los vidrios como si alguien tocara sin parar para entrar. Eva casi no durmió. Sobre la mesa, aún abierto, seguía el sobre IH-LEG-F con la prueba de que Santiago quería borrar las becas. Al lado, la orden del juez que congelaba esos fondos. Y junto a eso, una lista de nombres en rojo: gente que Santiago degradó, empujó o directamente echó cuando tomó la presidencia. Si quería ganar, necesitaba que hablara la gente a la que él había callado. Si quería sostener el nombre de Felipe, tenía que mostrar qué había pasado dentro de la empresa cuando el poder cambió de manos.

A las siete envió el mensaje por el canal seguro: “Reunión hoy 11:00. Sala 3 subterráneo Montane. Testimonios confidenciales. Protección legal activa. Traigan todo: correos, fotos, cartas, memorandos, audios. Gracias.” Adjuntó la clave de acceso.

Alejandro contestó casi de inmediato: Voy contigo. Si prefieres, sólo escucho. Pero voy.

Ven, respondió ella. Y trae café. Hoy será pesad
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