El despertador sólo vibró. Eva lo había puesto en silencio porque no quería saltar con una alarma. Igual despertó antes. Había dormido poco; toda la noche estuvo pensando en papeles, transferencias y en qué haría Santiago al día siguiente.
Alejandro seguía dormido a su lado, medio tapado, boca entreabierta, pelo hecho un desastre. La abrazó casi sin despertar, como si temiera que ella se desvaneciera. No habían tenido sexo la noche anterior; estaban muertos. Pero él le había besado la muñeca y le dijo: “Mañana peleamos. Hoy descansa conmigo.” Eso le quedó dando vueltas.
Ella le rozó la mejilla.
—Duerme.
—¿Qué hora es? —gruñó sin abrir los ojos.
—Las seis.
—Mmm… ven. —Le tomó la mano y tiró de ella.
Eva se inclinó para darle un beso rápido. Alejandro lo volvió lento. Lengua tibia, aliento a noche. Si seguían, llegaban tarde. Ella se apartó, riéndose bajito.
—Me escribes cuando entres al servidor.
—Y tú me mandas tu ubicación apenas llegues. Si desapareces, prendo fuego a la torre.