Eva llegó a su departamento poco después de las nueve de la mañana. Había decidido trabajar desde casa, necesitando espacio para reorganizar sus pensamientos después de la victoria del día anterior. El apartamento, pequeño pero luminoso, contrastaba drásticamente con las oficinas de cristal y acero de los Duarte. Aquí, entre sus plantas y sus libros cuidadosamente ordenados, Eva se sentía protegida, dueña de su propio territorio.
Apenas entró, dejó su bolso sobre el sofá y abrió su laptop. Un correo de Alejandro ya la esperaba en su bandeja de entrada.
De: Alejandro Duarte
Asunto: Nuestra cena de esta nocheMensaje: Eva, reservé en Altamira a las 20:00. Es un lugar discreto donde podremos hablar tranquilamente sobre el proyecto. Te envío la dirección adjunta. Espero verte allí. A.La formalidad del mensaje contrastaba con la intimidad que había surgido entre ellos el día anterior. Por un instante, Eva se preguntó si había imaginado aquella tensión, aquella danza silenciosa donde él había invadido su espacio, acercándose tanto que casi podía sentir su respiración.
"Concéntrate", se dijo, cerrando el correo. "Es exactamente lo que querías."
Altamira era conocido como uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad. No se trataba solo de un lugar para comer, sino de un espacio donde se cerraban tratos importantes y se tejían las redes del poder. Que Alejandro la llevara allí era significativo: estaba abriéndole las puertas a su mundo.
Eva se preparó un café y extendió sobre la mesa del comedor todos los documentos del proyecto aprobado. Necesitaba sumergirse en los detalles, estar preparada para cualquier pregunta técnica que Alejandro pudiera plantearle. No podía permitirse que la cena derivara únicamente hacia lo personal. El proyecto era real, y si quería mantener su puesto —su posición estratégica para llegar a Santiago— debía demostrar que merecía la confianza depositada en ella.
Durante las siguientes horas, Eva trabajó con una concentración absoluta. Desarrolló un cronograma detallado para la implementación, estableció criterios de selección para la primera oleada de becados y preparó un borrador de comunicado para atraer a nuevos donantes. Tan absorta estaba en su labor que cuando el reloj marcó las cinco de la tarde, apenas había comido un sándwich apresurado.
Cerró la laptop con un suspiro de satisfacción. Estaba lista para la parte profesional de la cena. Ahora venía la otra preparación, igualmente importante.
Eva se dirigió a su armario y contempló sus opciones. La elección de vestuario no era trivial: necesitaba equilibrar profesionalismo y feminidad, mostrar sofisticación sin parecer que se esforzaba demasiado. Finalmente se decidió por un vestido negro de corte simple pero elegante, con un escote moderado y una abertura lateral que revelaba apenas lo suficiente de sus piernas. Completó el conjunto con unos pendientes de perlas —único recuerdo de su madre— y zapatos de tacón que le daban altura sin sacrificar comodidad.
Mientras se aplicaba un maquillaje sutil, Eva se miró a los ojos en el espejo.
"Recuerda quién eres. Recuerda por qué estás aquí", se dijo. "No importa lo encantador que sea, no importa cómo te haga sentir. Él es un Duarte, y los Duarte destruyeron a tu familia."
Sin embargo, mientras pronunciaba estas palabras en su mente, un escalofrío de anticipación recorría su columna. ¿Era solo por el avance de su plan, o había algo más?
El taxi la dejó frente a Altamira cuando faltaban diez minutos para las ocho. El restaurante ocupaba la planta baja de un edificio restaurado, con una fachada discreta donde solo un pequeño letrero de bronce indicaba su nombre. El interior, sin embargo, era un estudio sofisticado: iluminación tenue, mesas distanciadas para garantizar privacidad, y un murmullo de conversaciones que nunca subía de volumen.
El anfitrion la recibió como si la conociera de toda la vida.
—Señorita Montenegro, bienvenida —dijo con una inclinación cortés—. El señor Duarte la espera en nuestra sala privada.
Eva lo siguió a través del salón principal, notando cómo algunas miradas se desviaban discretamente hacia ella. Se mantuvo erguida, proyectando una confianza que no era del todo fingida. El anfitrión la condujo por un pasillo lateral hasta una puerta de madera oscura que abrió con reverencia.
La sala privada era un espacio íntimo, con paredes revestidas de madera y una única mesa circular colocada junto a un ventanal que ofrecía vistas al jardín interior iluminado por faroles antiguos. Alejandro ya estaba allí, de pie junto a la ventana, contemplando el exterior. Al oírla entrar, se giró y Eva sintió un vuelco en el estómago.
Vestía un traje negro, no del todo formal, que contrastaba con una camisa blanca inmaculada, sin corbata, con el primer botón desabrochado en un gesto de relajación calculada. Su presencia llenaba la habitación de una manera que Eva encontraba simultáneamente intimidante y magnética.
—Eva —la saludó, acercándose para besarla en ambas mejillas, un gesto que la tomó por sorpresa—. Me alegra que hayas podido venir.
El roce de su barba perfectamente recortada contra su piel despertó sensaciones que Eva se apresuró a suprimir.
—No me lo habría perdido —respondió con una sonrisa medida—. Tengo varias ideas para la implementación que me gustaría discutir contigo.
Alejandro sonrió, como si hubiera esperado exactamente esa respuesta.
—Por supuesto, hablaremos del proyecto —dijo, ofreciéndole una silla que apartó caballerosamente—. Pero primero, ¿me permites sugerirte un vino? Tienen un cabernet excepcional que creo que te gustará.
—Confío en tu criterio —respondió Eva, tomando asiento con un movimiento fluido.
Alejandro hizo una seña al sommelier que esperaba discretamente en la puerta. Tras intercambiar algunas palabras en voz baja, el hombre asintió y desapareció. Durante los minutos siguientes, se desarrolló el ritual del vino: la presentación de la botella, el descorche, la pequeña degustación por parte de Alejandro y finalmente, el servicio en ambas copas.
Cuando volvieron a quedar solos, Alejandro levantó su copa en un brindis silencioso. Eva respondió al gesto, permitiendo que sus miradas se encontraran por encima del cristal.
—Por los nuevos comienzos —dijo él en voz baja.
—Por las oportunidades —respondió ella, manteniendo deliberadamente la ambigüedad.
El vino era efectivamente excepcional, con un equilibrio perfecto entre cuerpo y acidez. Eva lo saboreó lentamente, usando ese momento para ordenar sus pensamientos.
—He revisado tu propuesta con más detalle —comenzó Alejandro, rompiendo el silencio—. Es impresionante en su alcance, pero también en su meticulosidad. No son cualidades que suelan ir juntas.
—La ambición sin planificación es solo un deseo —respondió Eva—. Y yo no trabajo con deseos, sino con objetivos.
—¿Y cuáles son tus objetivos, Eva? —preguntó él, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Más allá de este proyecto, quiero decir.
La pregunta era directa, casi invasiva. Eva tomó otro sorbo de vino, ganando tiempo.
—Creo que todos queremos dejar nuestra marca —respondió finalmente—. Yo quiero cambiar la vida de personas que, como yo, nacieron sin privilegios pero con potencial. El talento está distribuido equitativamente; las oportunidades no. Quiero equilibrar esa balanza.
Alejandro la observó con intensidad, como si intentara ver más allá de sus palabras.
—Noble objetivo —dijo—. Pero me pregunto si es el único.
Antes de que Eva pudiera responder, llegó el primer plato: una delicada composición de mariscos locales que el chef había preparado especialmente para ellos. La conversación derivó momentáneamente hacia temas más ligeros: gastronomía, arte, música. Para sorpresa de Eva, descubrió que compartían gustos similares en literatura y que ambos preferían el jazz clásico a la música contemporánea.
—Nunca habría imaginado que el poderoso Alejandro Duarte tuviera tiempo para leer novelas rusas del siglo XIX —comentó Eva, genuinamente intrigada.
—Hay muchas cosas que no conoces de mí —respondió él con una sonrisa enigmática—. De la misma manera que sospecho hay mucho que no sé de ti, Eva Montenegro.
La forma en que pronunció su nombre completo tenía un matiz casi íntimo que hizo que Eva se tensara imperceptiblemente.
—Todo a su tiempo —respondió ella, desviando la conversación—. Respecto al programa de becas, he preparado un cronograma para la implementación. Creo que podríamos comenzar con un grupo piloto de cincuenta estudiantes el próximo trimestre.
Alejandro permitió el cambio de tema con gracia, aunque sus ojos reflejaban que no había olvidado la pregunta sin responder. Durante el plato principal, discutieron aspectos técnicos del proyecto: presupuestos, plazos, criterios de selección. Eva expuso sus ideas con claridad y pasión, y Alejandro la escuchaba con atención genuina, haciendo preguntas perspicaces que demostraban su comprensión profunda del tema.
—Tu entusiasmo es contagioso —dijo él cuando el camarero retiró los platos—. Es refrescante encontrar a alguien que realmente cree en lo que hace.
—¿Tú no crees en lo que haces? —preguntó Eva, aprovechando la oportunidad para indagar más en su personalidad.
Alejandro pareció sorprendido por la pregunta directa. Por un instante, su rostro mostró una vulnerabilidad que Eva no había visto antes.
—Creo en el potencial de lo que hacemos —respondió después de una pausa—. Pero a veces, en el mundo empresarial, es fácil perderse en los números y olvidar el impacto real en las personas.
Era la primera vez que mostraba algo más que su fachada segura y controlada. Eva sintió una punzada inesperada de conexión, que rápidamente reprimió.
—Por eso este proyecto es importante —dijo ella—. Porque nos recuerda que detrás de cada cifra hay una vida, un futuro que podemos ayudar a construir.
Alejandro la miró con una intensidad que resultaba casi física.
—Exactamente —murmuró—. Eso es exactamente lo que vi en ti desde el principio. Una claridad de propósito que muchos pierden al entrar en este mundo.
El postre llegó: una elaborada creación de chocolate y frutos rojos. Eva lo probó distraídamente, demasiado consciente de la mirada de Alejandro sobre ella.
—¿Cómo es que alguien como tú ha permanecido soltera? —preguntó él de repente, tomándola por sorpresa.
—¿Qué te hace pensar que lo estoy? —contraatacó Eva, recuperando rápidamente el equilibrio.
—Lo sé —respondió él simplemente—. De la misma manera que sé que dedicas casi todas tus noches al trabajo, que prefieres el café negro sin azúcar, y que llevas esos pendientes de perlas porque tienen un valor sentimental para ti.
Eva se quedó inmóvil, inquieta por la precisión de sus observaciones.
—¿Me has investigado? —preguntó con un tono más frío.
—Te he observado. Y tengo gente trabajando en todas las dividiones de la fundación —corrigió él—. Son cosas distintas.
El silencio que siguió estaba cargado de tensión. Eva sabía que debía mantener la conversación en terreno profesional, pero algo en la manera en que Alejandro la miraba, en cómo parecía ver a través de sus defensas, la desestabilizaba.
—Mi vida personal no es relevante para el proyecto —dijo finalmente.
—Todo es relevante cuando se trata de confiar en alguien —respondió él con suavidad—. Y yo quiero confiar en ti, Eva.
La culpabilidad se filtró como un veneno en sus venas. Era exactamente lo que había buscado —su confianza— pero escucharlo decirlo así, mirándola con aquella mezcla de intensidad y vulnerabilidad, hacía que su plan pareciera súbitamente despreciable.
—La confianza se gana con el tiempo —respondió ella, apartando la mirada—. Con acciones, no con palabras durante una cena.
Alejandro sonrió, como si su respuesta le complaciera.
—Completamente de acuerdo —dijo, haciendo una seña para pedir la cuenta—. Y precisamente por eso me gustaría que trabajaras directamente conmigo en este proyecto. No solo a través de informes o reuniones ocasionales. Quiero que seas mi mano derecha en esto.
El corazón de Eva dio un vuelco. Era mejor de lo que había esperado: acceso directo no solo a la fundación sino al propio Alejandro, y por extensión, a Santiago.
—Sería un honor —respondió, manteniendo su voz controlada a pesar de la excitación que sentía—. Creo que juntos podemos hacer algo realmente significativo.
—Yo también lo creo —dijo él, mirándola con tal intensidad que Eva sintió un escalofrío recorrerla—. Por eso me gustaría mostrarte algo mañana.
—¿De qué se trata? —preguntó ella, intrigada a su pesar.
—Prefiero que sea una sorpresa —respondió Alejandro—. Te recogeré a las nueve de la mañana en tu apartamento. Viste casual y cómoda.
La cena había terminado, pero la sensación de que algo apenas comenzaba flotaba entre ellos. Mientras salían del restaurante, Alejandro colocó suavemente su mano en la parte baja de su espalda para guiarla hacia la salida. Ese simple contacto envió ondas de calor a través de su cuerpo.
En la acera, bajo el suave resplandor de las farolas, Alejandro se volvió hacia ella.
—Permitirás que te lleve a casa, ¿verdad? —preguntó, aunque su tono sugería que ya conocía la respuesta.
—No es necesario —respondió Eva automáticamente—. Puedo tomar un taxi.
—Insisto —dijo él, haciendo una seña a su chófer, que esperaba junto a un sedán negro.
El trayecto hasta su apartamento transcurrió en un silencio cómodo pero cargado de electricidad. Eva era dolorosamente consciente de la proximidad de Alejandro en el asiento trasero, de su aroma, de la forma en que ocasionalmente sus manos se rozaban cuando el auto tomaba una curva.
Cuando llegaron a su edificio, Alejandro bajó para abrirle la puerta. En la acera, bajo la luz plateada de la luna, parecía aún más imponente.
—Gracias por esta noche —dijo Eva, buscando una conclusión profesional a una velada que había derivado peligrosamente hacia lo personal.
—Ha sido solo el comienzo —respondió él, inclinándose para besarla en la mejilla.
Sus labios permanecieron un segundo más de lo necesario, su aliento cálido acariciándole la piel. Cuando se apartó, sus ojos se encontraron y Eva sintió que algo dentro de ella se desmoronaba.
—Hasta mañana, Eva —murmuró él.
—Hasta mañana —respondió ella, casi sin voz.
Mientras subía las escaleras hacia su apartamento, Eva sentía un torbellino de emociones contradictorias. Su plan avanzaba mejor de lo esperado. Había captado no solo la atención profesional de Alejandro sino también su interés personal. Era exactamente lo que necesitaba para acercarse a Santiago, para completar su venganza.
Entonces, ¿por qué se sentía tan inquieta? ¿Por qué la mirada de Alejandro, el roce de sus dedos, el calor de su presencia la perseguían incluso ahora?
"Es solo parte del juego", se dijo mientras se quitaba los tacones. "No significa nada."
Pero mientras se preparaba para dormir, la imagen de Alejandro se negaba a abandonar su mente. Y por primera vez desde que había iniciado su plan, Eva se preguntó si no estaba jugando con fuego, un fuego que podría terminar consumiéndola a ella misma.
El sol caía sobre los techos de zinc del barrio Las Magnolias cuando el automóvil de Alejandro se detuvo frente a una construcción de dos plantas pintada con murales coloridos. Eva observó con curiosidad el edificio: tenía grandes ventanales y en el frente podía leerse "Centro Comunitario Las Magnolias - Fundación Herrera".—Llegamos —anunció Alejandro mientras apagaba el motor—. Quería mostrarte este lugar antes de que avancemos más con tu propuesta de becas.Eva asintió, admirando los murales que representaban a niños y adultos trabajando juntos entre árboles y flores. Después de la cena de la noche anterior, donde habían compartido mucho más que una comida, sentía una mezcla de nerviosismo y expectación por pasar más tiempo con él.—Es precioso el edificio —comentó mientras descendía del auto—. ¿Hace cuánto que existe?—Tres años —respondió Alejandro, caminando hacia la entrada—. Aunque la fundación lleva trabajando con esta comunidad casi ocho. El centro lo construimos cuando nos d
El eco de los últimos acordes del vals aún resonaba en la mente de Eva mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. Junto a ella, Alejandro conducía en silencio, con una expresión serena pero enigmática. La proximidad durante el baile había dejado una tensión palpable entre ambos, una chispa que, aunque ninguno mencionaba, se sentía cada vez más difícil de ignorar.Cuando llegaron frente al edificio de Eva, Alejandro detuvo el auto y giró ligeramente la cabeza hacia ella. Durante unos segundos, ninguno habló. El aire dentro del vehículo parecía cargado de algo indefinible.—Gracias por acompañarme esta noche —dijo finalmente Alejandro—. Creo que impresionó a más de uno.—Fue una oportunidad que no podía desaprovechar —respondió Eva con una sonrisa profesional, aunque su corazón latía con fuerza.Alejandro inclinó la cabeza levemente, como si pudiera ver más allá de sus palabras.—Tiene una habilidad especial para dejar huella, señorita Montenegro. Será interesante
El sonido de sus tacones resonaba en el mármol pulido mientras Eva caminaba por el vestíbulo del edificio Duarte. La mañana apenas comenzaba, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior. El recuerdo del beso con Alejandro se había instalado en su memoria con una nitidez imposible de ignorar."Esto complica las cosas."Las palabras de Alejandro aún resonaban en su cabeza, y lo peor era que él tenía razón. Aquello no solo había cruzado una línea personal, sino que amenazaba con desviar su plan de venganza. Y lo último que podía permitirse era perder el control de la situación.—Mantente enfocada —se dijo en silencio mientras entraba en el ascensor—. Esto es solo una distracción temporal. Nada más.Pero, por mucho que intentara convencerse, el calor de los labios de Alejandro y la intensidad de su mirada seguían grabados en su piel.Al llegar a su oficina, Eva se sentó frente al escritorio y abrió su portátil. El calendario mostraba una reunión con Alejandro a las diez, seguida de
La noche era silenciosa en la ciudad, pero dentro del apartamento de Eva, su mente seguía en un torbellino de pensamientos. Sentada en el sofá con una taza de café entre las manos, repasaba mentalmente los eventos de la reunión de esa mañana. Había logrado impresionar al consejo directivo y consolidar su posición en la empresa, pero la presencia de Santiago y sus insinuaciones seguían resonando en su cabeza.“No creas que esto significa que ya has ganado.”Las palabras de Santiago habían sido un recordatorio brutal de que su camino aún estaba lleno de obstáculos. Y lo peor era que, por primera vez, Eva empezaba a cuestionarse si realmente podía seguir adelante con su plan sin que sus emociones se interpusieran.Porque, aunque había jurado que Alejandro no sería más que un medio para alcanzar su venganza, cada día le resultaba más difícil ignorar lo que sentía cuando él la miraba, cuando sus manos se rozaban accidentalmente o cuando, sin decir una palabra, parecía entenderla mejor que
El sonido de la lluvia golpeaba suavemente los ventanales de la oficina mientras Eva revisaba los informes de la segunda fase del proyecto. Afuera, la ciudad parecía sumida en un letargo gris, pero dentro del edificio Duarte, el ambiente estaba más tenso que nunca.Desde la exitosa presentación ante el consejo directivo, las miradas de los empleados hacia Eva habían cambiado. Algunos la admiraban, otros la envidiaban, pero todos sabían que su ascenso había sido más rápido de lo habitual. Y, aunque nadie lo decía en voz alta, las insinuaciones de Santiago habían comenzado a sembrar dudas en los pasillos.Sin embargo, lo que más inquietaba a Eva no eran los rumores, sino la creciente hostilidad entre Alejandro y su hermano. Cada día parecía más evidente que la rivalidad entre ellos iba más allá de lo profesional, y ella comenzaba a sospechar que había algo más profundo detrás de su relación fracturada.—No debo involucrarme más de lo necesario —se recordó en silencio, pero cada vez le r
El aire en el edificio Duarte parecía más denso que de costumbre. Desde la discusión entre Alejandro y Santiago, una tensión silenciosa se había instalado en los pasillos, y Eva podía sentirla en cada mirada furtiva y en cada susurro que se apagaba cuando ella pasaba.Pero no tenía tiempo para preocuparse por los rumores. La próxima reunión del consejo directivo estaba a solo unos días, y Alejandro había confiado en ella para presentar el informe. Era su oportunidad de consolidar su posición, de demostrarle a todos —incluido Santiago— que merecía estar allí.—No voy a fallar —se prometió a sí misma mientras revisaba las últimas estadísticas del proyecto.Sin embargo, en el fondo de su mente, una advertencia persistía como un eco inquietante: las palabras de Alejandro sobre la capacidad de Santiago para jugar sucio.“Santiago no es alguien que acepte perder fácilmente.”Pero Eva no pensaba detenerse. No ahora.Esa tarde, mientras organizaba los documentos para la reunión, recibió un co
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Eva cruzó las puertas del edificio Duarte. A pesar de la hora temprana, el vestíbulo ya estaba lleno de empleados que se preparaban para la reunión adelantada del consejo. Las miradas curiosas la seguían mientras caminaba hacia el ascensor, pero Eva mantuvo la cabeza alta.—Hoy no voy a fallar —se dijo en silencio mientras las puertas del ascensor se cerraban.Al llegar al piso ejecutivo, encontró a la asistente de Alejandro organizando documentos frente a la sala de reuniones.—Buenos días, señorita Montenegro. El consejo se reunirá en media hora —informó con amabilidad—. El señor Duarte pidió que lo esperara en su oficina antes de la reunión.—Gracias —respondió Eva, sintiendo un leve cosquilleo en el estómago al pensar en Alejandro.Pero antes de dirigirse a su oficina, decidió entrar en la sala de conferencias para asegurarse de que todo estuviera listo. Al encender el proyector y revisar las diapositivas, se permitió un momento para
La luz tenue de la ciudad se filtraba a través de las cortinas de su apartamento, proyectando sombras suaves en las paredes. Sentada en el borde de la cama, Eva sostenía una copa de vino entre las manos, pero apenas había probado el líquido carmesí. Su mente seguía atrapada en los eventos de la reunión.Había ganado una batalla más. El proyecto avanzaba y su posición en la empresa se consolidaba. Pero, a pesar de todo, una inquietud persistente la atormentaba. No era solo la amenaza constante de Santiago. Era algo más profundo.Era Alejandro.El recuerdo de su beso aún ardía en sus labios, y la forma en que la había mirado antes de la reunión seguía grabada en su mente. No podía negar lo que sentía cuando estaba cerca de él: una mezcla de deseo, admiración y algo más peligroso… algo que amenazaba con derrumbar las paredes que había construido a su alrededor.Pero no podía permitirse sentir eso. No cuando su plan dependía de mantener la cabeza fría.—Esto no puede desviarme —susurró p